Lo único que aprendemos de la historia es que no aprendemos de la historia (Hegel)

jueves, 6 de enero de 2011

Consecuencias de Annual


Un elemento de la historia contemporánea española nunca suficientemente valorado son las consecuencias de la intervención en Marruecos. El colonialismo europeo constituye una página de tremendo impacto para los pueblos colonizados, y también para los colonizadores. En el caso español, el minúsculo territorio marroquí que le cupo en suerte no debería haber producido grandes efectos económicos o sociales, pero si los tuvo militares y políticos, hasta el punto de marcar todo el siglo XX.
He recuperado la lectura de un libro que sólo tenía empezado: Historia Secreta de Annual, de Juan Pando Despierto (Madrid: Temas de Hoy, 1999).



La meticulosa investigación del autor sobre la batalla y quienes intervinieron en ella incide en algunos puntos cruciales para entender lo que sucedió, unos bien conocidos, y otros que aparecen nueva y más ampliamente iluminados:

- La desorganización humana, técnica y estratégica que reinaba en el conflicto marroquí con anterioridad al desastre. Las descripciones internas sobre la oficialidad española, el estado de los parques de armamento, la lógica de las campañas y de la acción política con los indígenas, el abandono en que se veían sumidos los soldados de recluta y las fuerzas regulares, pone los pelos de punta al más lego en cuestiones militares.

- La enloquecida política de recompensas a los destinados en Marruecos -132.925 condecoraciones y 1.587 ascensos por méritos de guerra entre 1909 y 1913- a cambio de unos resultados militares patéticos para un ejército europeo que combate a las puertas de la metrópoli, lo que abrió una fosa insalvable entre los militares africanistas y las guarniciones peninsulares.

- El desinterés general de la población española que, con razón, se sentía ajena al conflicto creado por las necesidades de las grandes potencias y la avidez de algunos prohombres del régimen.

- El recurso creciente a fuerzas voluntarias -españolas y marroquíes- para limitar el impacto social que provocaba la movilización de elementos de recluta, sin que, por el contrario, esto llevara a una profesionalización casi completa, como había sucedido en los grandes ejércitos coloniales europeos.

- La corrupción reinante -casi todas las armas rifeñas proceden de ventas ilegales de oficiales y soldados españoles, por ejemplo- y la falta de preparación y motivación de los mandos hispanos.

- El decisivo papel del rey Alfonso XIII y de sus protegidos en la estructuración de las acciones marroquíes y en todas las maniobras ejecutadas para limitar o encubrir las causas y consecuencias del desastre.

- La constante habilidad de muchos mandos militares por descargar responsabilidades en los subordinados, que no se contradice con actuaciones valerosas en lo personal e incluso suicidas en los momentos de derrota.

- La concepción de la guerra de la población nativa, dividida entre sus lealtades tribales y una cabal comprensión, también presente, del conflicto colonial al que se enfrentaban. Los caudillismos, incluso el liderazgo más moderno de Abd el-Krim, no dejan de verse fuertemente condicionados por la idiosincrasia de las kábilas rifeñas o yebalíes, acostumbradas a un contínuo batallar pero en función de intereses fuertemente locales. La brutal represión francesa de Casablanca, que provocó miles de muertos en 48 horas, y el poder de su ejército, hizo ver con claridad que, de las dos potencias protectoras, era Francia la realmente peligrosa para los intereses marroquíes, per ello los nacionalistas jugaron casi siempre a la 'entente' con España.

- La posibilidad abierta por esta perspectiva de haber logrado una ocupación del territorio en concordancia con los intereses de las élites rifeñas, y no contra ellas, como finalmente se hizo.

- La dureza de la crisis económica padecida en el norte de África en los años inmediatamente anteriores al desastre, originada por terribles sequías y quizá por otros elementos como la desorganización de circuitos económicos tradicionales -que el autor no desarrolla- sin que las autoridades españolas hicieran ni lo más mínimo por contribuir a paliarla, cosa que no hubiera resultado un gran esfuerzo y podía haber impedido la desesperación de muchos rifeños.

- La crueldad de esta campaña, donde dificilmente se hacían prisioneros y donde el odio se había cebado en ambas partes.

- La crucial importancia de la actuación mantenida por el Alto Comisario, el general Berenguer -para el autor, casi siempre negativa- ya que ni supo controlar a Silvestre ni darle los medios que solicitaba. Berenguer tan sólo parece buscar el éxito de su propia campaña en Yebala contra El Raisuni, descuidando completamente lo que pasaba en El Rif. Con posterioridad a Annual su reacción fue lenta, torpe e interesada.

- Las dimensiones de lo sucedido, con más de diez mil muertos en el ejército derrotado, a manos de unas fuerzas indígenas que hasta entonces no habían protagonizado ningún gran enfrentamiento.

- Melilla no cae, como siempre, por un conjunto de causas -imprevisión de los marroquíes que no esperaban un triunfo semejante, falta de artillería...- pero también por una decisión del propio Abd el-Krim. El desastre fue mayúsculo, pero podía haber sido aún más catastrófico.

- Aunque los responsables políticos de la Restauración tuvieron mucho que ver con la situación de incuria que reinaba durante los años anteriores, no parecen haber sido los grandes causantes, ni tampoco los grandes encubridores. Si fue el socialista Indalecio Prieto quien promovió la elección del honesto y concienzudo general Picasso para encabezar la investigación sobre lo sucedido en Marruecos, éste contó siempre con el apoyo del ultraconservador La Cierva, quien lo sostuvo contra las campañas de desprestigio lanzadas desde numerosos ángulos de la prensa y el ejército.

La historiografía repite machaconamente en la situación de crisis que arrastraba el estado desde 1917 y que desembocó en el golpe de Primo de Rivera. Muchos sospechamos que más importancia para aglutinar voluntades en torno al general jerezano tuvo la amenaza de unas revelaciones en Cortes del informe Picasso que situarían en la picota a conocidas personalidades del Ejército y al propio Rey. Esta impresión se corrobora ampliamente si la situamos en el contexto que describe de manera tan estupenda Juan Pando.

Los esfuerzos más recientes de autores como Carlos Seco Serrano o el mismo Javier Tusell -en sus últimos escritos- por hacer cuadrar las actuaciones de Alfonso XIII en las líneas de una monarquía constitucionalista y liberal, difícilmente resisten cualquier confrontación con lo que fue su política militar, su actuación en el conflicto de Marruecos y las razones que le llevaron a justificar y sostener la dictadura de Primo de Rivera.

Berenguer fue duramente criticado por Picasso, pero se salvó de un juicio militar -que sólo le llegaría con la República- gracias a Primo de Rivera, a quien, como es natural, apoyó durante todo su gobierno de fuerza. Además, fue el elegido por el rey para sustituirlo y buscar una salida al régimen antiparlamentario (palmaria prueba de las simpatías del monarca y de sus prioridades hasta el último momento: asegurarse de que el recuerdo de Annual quedara bien enterrado). También en política dio pruebas de sus medias tintas y su incapacidad.

Más grave fue el apoyo final de Primo de Rivera al colectivo de militares africanistas (Franco, Mola, Cabanellas, etc.). Los lazos y tensiones aparecidos entre ellos durante los años en Marruecos se revelarán cruciales para explicar el decisivo papel que jugaron posteriormente en el desencadenamiento de la guerra civil.

El autor pone mucho énfasis -en un afán de hacer tardía justicia- en las innumerables conductas cobardes o negligentes que fueron ocultadas por las instituciones españolas y la falta de reconocimiento a quienes hicieron mucho por salvar vidas o imponer un mínimo de racionalidad en aquella tesitura y durante las campañas anteriores. Historia militar de la buena, donde el reconocimiento del heroísmo va de la mano con la cruda realidad del funcionamiento de la administración el ejército o la judicatura y la descripción -no siempre del todo aguzada- de los intereses personales de quienes las dirigen.

En conjunto una lectura, no sólo recomendada, sino imprescindible -aunque no suficiente por sí sola, está claro- para entender los hilos complejos del primer tercio del siglo XX, y para todos quienes deseen ver claro en los episodios que acabaron provocando la conflagración civil de 1936-1939.

El contexto ideológico, económicos, social e internacional de la crisis española es bien conocido. Pero muy similar era el de Francia cuando se produce en 1936 la victoria del Frente Popular galo, y la dura confrontación política no degeneró en una guerra civil. ¿Hubiera sido igual la historia española sin un núcleo de militares que ya habían apoyado la destrucción de la legalidad con tal de salvaguardar sus intereses? ¿La impunidad de Annual engendró monstruos?

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