Lo único que aprendemos de la historia es que no aprendemos de la historia (Hegel)

lunes, 31 de enero de 2011

La 'construcción' del románico y el gótico.

 Como uno no puede leerlo todo, y menos cuando se trata de dominios ajenos, tenía pendiente desde hace tiempo un dossier de la revista L'Avenç, que ahora me arrepiento de no haber ojeado antes. Trata sobre la valoración del románico o el gótico como estilos arquitectónicos propios de Cataluña al compás de la afirmación del catalanismo político y cultural.

De la misma manera que planteábamos el proceso de reconocimiento, aceptación o rechazo de los "lugares de la memoria" como patrimonio colectivo, también resulta interesante observar que la mirada social sobre las obras de arte no está en absoluto exenta de condicionantes y contradicciones. Me guiaré por el artículo de Ramon Grau, Marina López, Eduard Riu-Barrera e Immaculada Lorés "L'estil nacional: romànic o gòtic?" (L'Avenç: 276, 2003, p. 25-55)


De entrada, el objeto de debate parece estrictamente académico. El gótico catalán presenta marcadas diferencias estilísticas respecto al modelo clásico francés, hasta el punto que se ha llegado a considerar un error englobarlos dentro del mismo concepto arquitectónico. El gótico presente en el Principado establecería, por tanto, una estética propia que bien podría considerarse nacional.

Históricamente, no había sido así. Las primeras valoraciones sobre el arte catalán parten del siglo XVIII, cuando el gótico se consideraba un estilo bárbaro poco digno de aprecio. Así, Antoni de Campmany sólo vió relevante mencionar entre los monumentos de su amada Barcelona la fachada renacentista del palacio de la Generalitat, lo cual situaba el arte catalán en una evidente situación de inferioridad. La recuperación del orgullo nacional pasaba por identificarse con estilos más omnipresentes i cuyas obras pudieran competir con sus homólogos europeos. Se produce así una identificación entre gótico y pasado medieval que ya estaba presente en Capmany, pero que ahora no se menosprecia sino que se glorifica.

Pero aquí empieza el curioso entrelazado de argumentos artísticos, históricos y políticos que provocará un fuerte debate: ¿es el gótico el estilo que mejor representa el esplendor medieval catalán, o lo es el románico?. La quema de conventos y la desamortización producida durante las guerras carlistas había dejado muchas grandes obras religiosas en estado de abandono, y desatado el interés por las evocaciones del pasado. Pero los primeros estudiosos del estilo gótico creyeron, erróneamente, ver en su llegada un resultado del triunfo de los cruzados del norte de Francia en la batalla de Muret, que acompañaba la introducción de los dominicos, perseguidores de la herejía albigense y rectores de la Inquisición. Para el romanticismo liberal decimonónico ambas cosas eran contrarias a la recuperación del orgullo regional y la lucha por la libertad. El románico, que poblaba el territorio con sus construcciones, debía ser considerado más catalán que el gótico extranjero. Se partía de la premisa no demostrada de que la lucha contra los cátaros (o albigenses) fue un hecho más 'nacional' que religioso, y se desacreditaba todo un período de la historia del arte con ello.

Pero también la religión jugará un importante papel en toda esta cuestión. A los ojos de la jerarquía católica catalana, incluso de un intelectual tan ilustrado, y moderado, como el obispo Torres i Bages, el ensalzamiento del gótico, propio de alemanes protestantes -y de los neomedievalistas franceses- iba unido a tendencias místicas y laicas poco ortodoxas, títpicas del romanticismo, y las catedrales constituían el símbolo de una civilización urbana de la que también era necesario desconfiar. En cambio, las pequeñas y austeras capillas rurales románicas se identificaban perfectamente con el mensaje tradicionalista del catolicismo. Según nuestro preclaro obispo, las particularidades del gótico catalán, en todo caso, eran la muestra de que Cataluña "havia sabut quedar al marge de les exaltacions místiques d'un art <<nascut en una raça somniadora que de la superstició prestament passà a l'heretgia>>"

Viollet-le-Duc fue el gran motor de la revalorización europea de un gótico que ya no constituía una estética, sino un sistema constructivo que podía compararse perfectamente con la antigüedad clásica. Pero esto también situaba el gótico catalán en inferioridad respecto a sus homónimos, ya que constructivamente resultaba más modesto y austero. Esta dificultad fue salvada por los arquitectos modernistas -y catalanistas- como Domènech i Muntaner  reivindicando, no el gótico religioso, que no podía superar las catedrales de Chartres o Amiens, sino el gótico civil, que había dejado restos comparables a los mejores europeos. Veían en el gótico religioso catalán una forma popular adaptada más bien a las tradiciones románicas del país.

La tradición excursionista de la burguesía catalana también militaba en favor de la revalorización del románico rural frente al gótico urbano. Y, además, se identificaba con aquellas "virtudes" propias que se deseaba publicitar: la modestia, la austeridad, el gusto por el trabajo bien hecho, la funcionalidad, Algunos líderes más europeístas, como Valentí Almirall consideraban que estos valores también podían asignarse al modesto gótico catalán, quizá incluso mejor que al románico,  más equiparable a los modelos internacionales y por tanto menos 'endémico'. No deseaban refugiarse en una falsa tradición propia sino en el estudio de lo peculiar, sin complejos.

Cuando el catalanismo político cuaja en sus primeras formaciones estables, la visión católica y tradicionalista se impondrá, de la mano de conservadores acendrados como Prat de la Riba, educado en la Cataluña rural y que contemplaba el románico como uno de los iconos que podían sostener la jerarquía social catalana. Para él, la arquitectura és con mucho también la disciplina artística propia de Cataluña, ya que proporciona resultados auténticamente útiles y rinde servicios a la sociedad, lejos de las frivolidades pictóricas o decorativas, tan en boga por aquella época. Como siempre, aparecen las contradicciones, y es curioso que las vanguardias artísticas parisinas, vistas con sospecha por el predominante catalanismo conservador, contribuyeran también a revalorizar el rusticismo románico con sus loas a lo primitivo, simple y singular de las culturas tradicionales.

A este debate se sumaron las internacionalmente conocidas aportaciones de Puig i Cadafalch sobre la arquitectura medieval y su evolución desde el arte romano, y fue en este contexto cuando irrumpen las tesis de un historiador del arte francés, Pierre Lavedan, que en los años 30 propugna revalorizar el gótico mediterráneo, que no seria una mera imitación bastarda del francés, sino que desarrollaria mejor los aspectos funcionales tan presentes en el estilo, dejando de lado la busqueda de la altura y la luz para conseguir efectos espaciales. Quedaba así abierta la puerta a un retorno del gótico como parte integrante, y destacada, del patrimonio artístico propio de Cataluña.

No se lo que opinarán los lectores de este bloc, pero a mí me ha parecido una aportación interesante, que sitúa la 'lectura' social de los objetos artísticos en su contexto histórico e ideológico, nos permite relativizar las opiniones absolutas y reclama, una vez más, la necesidad de valorar  hechos y fenómenos históricos en su contexto, y no en el nuestro, desarrollando así una opinión fundada, y  finalmente personal, que permita razonarlos y comprenderlos.

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