Lo único que aprendemos de la historia es que no aprendemos de la historia (Hegel)

martes, 11 de enero de 2011

¿Puede la génesis del feudalismo estar de actualidad?


Hace unas semanas me autoregalé el libro de Thomas Bisson La crisis del siglo XII (Barcelona: Crítica, 2009), una obra impresionante por su tema -la aparición y consolidación del feudalismo en Europa occidental-, por su volumen -más de 800 páginas-, y por su precio -45 euros- (glups!).

El caso es que ha merecido la pena. Aunque no todas las conclusiones que ofrece son novedosas, y aunque la lectura resulte particularmente difícil, debido a una argumentación poco clara que la traducción no contribuye en absoluto a mejorar, lo que dice incita a la reflexión. Por extensas que sean las entradas de este bloc, no puedo ocuparme ahora de todos los contenidos de la obra -volveremos a ella en otras ocasiones-, así que me centraré en el elemento inicial de su propuesta.



Tradicionalmente se ha visto la instauración del feudalismo, como algo complejo, donde confluyen tradiciones diversas introducidas en Europa Occidental desde la desaparición del Imperio romano. Un proceso de desagregación de la autoridad imperial, por el que los condes, y luego autoridades menores como los vizcondes y los castellanos, fueron apropiándose del ejercicio de todas las funciones de gobierno, atomizando el poder hasta convertirlo en un conjunto de pequeñas soberanías débilmente enlazadas.

Bisson ha preferido explicarlo de manera diferente. El feudalismo occidental sería el fruto de una revolución, más tardía de lo que se ha venido creyendo -como ya han apuntado otros importantes historiadores-, concentrada en el tiempo y marcada por la violencia. Hasta el siglo IX, y pese a que pudiesen darse todo tipo de disfunciones y abusos, la lógica del gobierno -la gobernanza- era aún heredera de los valores establecidos durante la etapa final del Imperio. Se sobreentendía que la oligarquía dirigente acaparaba este poder para defender el conjunto de la sociedad, administrar los bienes públicos, proteger la propiedad privada e impartir justicia. Esto era un ideal, pero actuante, que marcaba los referentes morales de las actuaciones para emperadores, condes y obispos.

El culpable de que cambiara la situación no fue tanto esta oligarquía dirigente, que ya explotaba lo suyo, sino una capa de guerreros de rango inferior, que aprovecharon el caótico periodo de las segundas invasiones y la impotencia de la autoridad para apoderarse de los bienes públicos (tierras fiscales o comunales), atacar el enorme patrimonio de la iglesia y extorsionar a los campesinos. Esto no se hizo a partir de la legalidad anterior, sino quebrantándola y entrometiéndose entre poderes que se veían desbordados por las circunstancias. El campesinado era víctima de saqueos despiadados, de rescates -tras secuestrar bienes o personas- de ejercicios claramente abusivos de la justicia y de la imposición de ‘tallas’ -impuestos nuevos y difíciles de justificar-. Todo ello configuró los denominados ‘malos usos’, que rápidamente se convirtieron en habituales y, con el correr del tiempo, en legales.

Para sostener esta violencia, los caballeros, que aspiraban a integrarse en la oligarquía gobernante -la nobleza- se apoderaron o levantaron de nueva planta una pléyade de fortificaciones, llenando Europa de castillos, unos construidos con permiso de la autoridad y la mayoría no. Los poderes superiores (reyes, príncipes, obispos...) no pudieron hacer otra cosa que ‘negociar’ con estos caballeros y permitirles que fueran instaurando señoríos -donde seguir extorsionando a los campesinos- o que reconocieran sus culpas, normalmente a cambio de recibir una indemnización o la legalización de sus abusos.

Poco a poco, las capas superiores de la oligarquía se plegaron a esta lógica y se convirtieron ellas mismas en señores feudales. Bisson habla de señores-reyes, señores-príncipes o señores-abades para distinguir estas nuevas formas de autoridad de las anteriores al siglo IX. Estos señores ya no podían imponer a los nuevos poderes una autoridad ‘pública’, sino que debieron establecer con ellos relaciones de dependencia personal que adoptaron la forma de vasallaje. El proceso se inició en las zonas más apartadas de montaña (la Marca Hispánica, el Macizo Central) y se difundió luego a todo el occidente, con variantes locales, en un periodo de tiempo que alcanza hasta el siglo XII, donde fue necesario reconstruir sobre bases nuevas la práctica y la legitimación del gobierno (de ahí el título).

Lo importante para Bisson es la ‘experiencia del poder’ que tuvieron las gentes de esta época. Una experiencia particularmente violenta y opresiva, en la que había muy pocos instrumentos para oponerse a la voluntad de estos nuevos señores, y que no dejaba de ser percibida como una práctica evidente de ‘mal gobierno’. Poco podía hacerse, ya que la superiordad armada de estos caballeros impedía cualquier reacción de resistencia a campesinos y artesanos.

Bien, y ¿qué puede tener que ver todo esto con la actualidad? Pues no lo se. Pero se me acude que ahora también estamos viviendo una forma particularmente agresiva de capitalismo rapaz, donde las viejas élites no desaparecen, ni dejan de absorber gran cantidad de recursos, pero se complementan con toda una capa de gestores estrictamente financieros, con sueldos escandalosamente altos y únicamente dedicados al beneficio a corto plazo, sint tener en consideración ningún otro coste. La maximización de la tasa de beneficio parece ser la única norma, y a ello empujan todas las fuerzas del mercado, con planes previos o sin ellos. En la entrevista con Max Otte que recomendaba ayer se decía que el único camino lógico es acabar apoderándose de las rentas de la clase media europea, para mantener el flujo de recursos hacia los nuevos dirigentes. Y el mismo Otte hablaba de ‘neofeudalismo’. La actitud que estos ‘brahamanes’ -dirigentes por mandato cuasidivino, inaccesibles e irresponsables- han tenido durante la reciente crisis bancaria ha sido de lo más reveladora. Y Otte aportaba otro dato sobre los nuevos equilibrios de poder: “Cuando estaba en el Ministerio de Economía, un alto funcionario veterano me explicó cómo los presidentes de las multinacionales hacían cola para ver al ministro Erhard: ¡hoy son los ministros los que hacen cola para mendigar favores a banqueros y presidentes de empresa!” . Tendríamos así definida una nueva ‘gobernanza’, que se despreocupa de lo colectivo y con una teoría del poder diferente a lo que hemos venido conociendo.

Pues eso; ¡ójala el consuelo que nos quede no sean únicamente los lamentos de los intelectuales, como en el siglo XI!

2 comentarios:

  1. Pues sí creo que está de actualidad, porque después de mis lecturas (menos que las de otros) y de este artículo, todavía tengo lagunas sobre el origen del feudalismo, a no ser que como aquí se dice se trate de una evolución tan lenta que sustituya a los orígenes precisos que se han pretendido buscar hasta ahora.

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