Lo único que aprendemos de la historia es que no aprendemos de la historia (Hegel)

martes, 19 de abril de 2011

El comercio de Maracaibo y la emancipación de Venezuela


Conocer en profundidad el contexto socioeconómico en que se desarrollaron las luchas por la independencia en las repúblicas iberoamericanas resulta de crucial importancia, dada la diversidad regional del continente y, en cambio, la simultaneidad de unos procesos de tanta trascendencia. Si la dinámica política ha sido en general bien y abundantemente trabajada, es en estos otros ámbitos donde aún podemos hallar explicaciones a los muchos interrogantes que persisten; explicaciones que pueden, quizá, mostrar cómo, bajo formas aparentemente similares, esa diversidad se hallaba bien presente y puede dar razón de los desarrollos históricos posteriores. En línea con las interpretaciones de Miquel Izard, que resumía en la entrada del pasado 10 de marzo, me ha interesado mucho leer el artículo de Ileana Parra Grazzina, de la universidad del Zulia, titulado "El negocio cacaotero entre Maracaibo y Veracruz en la coyuntura emancipadora", publicado en el volumen colectivo La Corona en llamas. Conflictos económicos y sociales en las Independencias iberoamericanas. (Castelló de la Plana: Universitat Jaume I, 2010). Sobre las aportaciones de éste y otros artículos tendremos seguramente que volver más adelante.


Como señala la autora "la relación interprovincial en América fue uno de los fenómenos más importantes durante el dominio de la Monarquía Hispánica". Si la historiografía tradicional se detenía usualmente en la legislación y los registros del monopolio español, tratando de comparar la realidad de los siglos XVI y XVII con los imperios coloniales contemporáneos, las líneas más renovadoras de la investigación han venido dando toda su importancia, tanto a la articulación del comercio interno en cada virreinato, como a las formas de comercio interregional y la práctica constante y sustancial del contrabando con otros estados europeos u otras colonias americanas.

En este caso se estudia el comercio del cacao, el más importante producto de exportación a finales del siglo XVIII de las antiguas provincias venezolanas. Este fruto de plantación, trabajado fundamentalmente con mano de obra esclava, era embarcado a través de los puertos de La Guaira y Maracaibo. Una gran parte de la producción se destinaba a Cartagena de Indias y al puerto mexicano de Veracruz, desde donde se distribuía localmente -casi todo quedaba en la franja costera, hasta Puebla-, y por las islas del Caribe. Es bien conocido que el cacao venezolano fue el principal impulso para la creación de la Compañía Guizpuzcoana de Caracas, que durante algún tiempo tuvo el monopolio de su comercio. Las medidas liberalizadoras de finales de siglo, que buscaban la reactivación del tráfico con los puertos peninsulares, no sólo no disminuyeron, sino que reforzaron el eje mercantil Cúcuta-Maracaibo-Veracruz.

Pese a lo que se pudiera pensar "la incertidumbre política y los conflictos bélicos de la coyuntura emancipadora en las provincias venezolanas no incidieron estructuralmente en el comercio de exportación del puerto de Maracaibo, en general, ni interrumpieron el negocio cacaotero con Veracruz”. Esta pujanza económica quizá explica en buena medida la resistencia mostrada por la clase dirigente criolla de Maracaibo para unirse al movimiento nacionalista iniciado en Caracas, su directa competidora -a través de La Guaira- en el mercado del cacao. El auge del comercio interamericano no había dejado de ser una respuesta -positiva para ellos- a la precariedad e inestabilidad crecientes del comercio con la Península, en exitosa competencia con el propio cacao novohispano y centroamericano, pero no se trataba de una respuesta improvisada, sino de una larga tradición que se remontaba prácticamente a los orígenes de la colonia.

El comercio entre Maracaibo y Veracuz, había tomado un fuerte impulso a principios del siglo XVII, para languidecer a finales de ese siglo -como casi todo en la Monarquía Hispana-, por diferentes causas, que incluyen las catástrofes naturales o los crecientes ataques de indios y piratas. Pero en el siglo XVIII se superó con creces esta coyuntura y Maracaibo se constituyó en el único referente para la exportación del preciado cacao a Nueva España. Y no solo eso, sino que floreció un creciente comercio ilícito con los holandeses.


La instauración del monopolio de la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas, con el que se pretendía detraer en beneficio peninsular una buena parte de los beneficios de la oligarquía cacaotera, tuvo en Maracaibo un efecto poco concluyente. Por un lado, al tratarse de una provincia independiente de Caracas, la extensión de los privilegios de la Compañía, imprescindible para asegurar los beneficios del monopolio, hubo de hacerse bajo la condición de rendir cuentas separadas de la gestión en este territorio, y porque los inmigrantes vascos llegados como factores rápidamente establecieron lazos con las antiguas familias criollas, consumando redes de intereses comerciales e incluso matrimonios con los terratenientes americanos. Los propios funcionarios de la Compañía facilitaron así los negocios ilegales y restringieron en buena medida el control colonial que se aspiraba a instaurar. Una vez más, las realidades americanas demostraron ser más persistentes que la legislación de la Corte, y la autonomía real de los colonos mucho más importante que su condición de súbditos de la Corona. Como señala la profesora Parra "el contrabando, una de las principales acciones a combatir por la Compañía, no disminuyó; por el contrario, continuó siendo promovido, ahora por los propios vizcaínos." Así, el comercio venezolano tuvo que abrirse legalmente de nuevo a estas realidades en 1781, y en 1784 se producía la liquidación de la empresa. Además, los mercados se abrían para este producto a principios del XIX, ya que la calidad de cacao venezolano atraía un número creciente de compradores holandeses, ingleses, franceses o daneses.

La estabilidad e importancia del comercio con Nueva España se puede medir si sabemos que en 1778, 8.790 fanegas de cacao salieron de Maracaibo hacia Veracruz, mientras que sólo 1.210 lo hacían hacia la Península. Esta dinámica se hallaba en pleno auge a principios del siglo XIX. En la década anterior a la independencia, el ritmo exportador de Maracaibo se mantenía estable y con tendencia al alza, ya que salieron de ese puerto 101.026 fanegas. Las guerras de finales del XVIII y principios del XIX no dejaron de acentuar una tendencia, que ya era muy marcada, a retroceder en los intercambios con España e incrementar toda forma de comercio alternativo. La economía marabina de fines del XVIII parece depender de México de la misma manera que había estado unida antes Caracas, que ahora veía crecer, en cambio, sus ventas de cacao a España gracias al comercio libre con diferentes puertos de la Península. Nuevos comerciantes foráneos se instalan en Maracaibo, bastantes de ellos de origen catalán, en correspondencia con el auge de las empresas comerciales surgidas en Barcelona y su entorno.

Los beneficios de Maracaibo se multiplicaron incluso gracias a la declaración de 1793 como puerto menor favorecido, lo que permitía a los comerciantes quedar libres de todo derecho aduanero, incluso de las alcabalas -el impuesto indirecto de la época- en su tráfico con todos los puertos de la América española, y con la apertura al comercio con países neutrales y aliados de la monarquía española. Tan sólo en cuatro años se duplicó el número de navíos con salida desde dicho puerto, pasando de 125 a 246. En este incremento de volúmen, las ventas a los puertos españoles sólo alcanzaron el 5,6% del movimiento comercial.

Otro factor que contribuyó a la prosperidad fue la diáspora de comerciantes de Santo Domingo, producida cuando los rebeldes haitianos de Toussaint de Louverture ocuparon la totalidad de la isla. Fueron numerosos los que recalaron en Maracaibo, algunos de origen catalán, y rápidamente se integraron en la red tejida por los emigrantes vascos y catalanes anteriores.

Se comprende pués que, durante casi todo el proceso emancipador, el cabildo de Maracaibo tuviera como principales objetivos la estabilidad, la salvaguarda de su crecimiento y la defensa de su autonomía para gestionar intereses económicos propios y bien diferenciados. Pese a figuras locales destacadas en la lucha por la independencia, como Urdaneta, los fugados de Santo Domingo y los criollos cacaoteros a buen seguro veían con suspicacia todo lo que pudiera sonar a revolución, visto el resultado de la experiencia haitiana. Los dirigentes de la ciudad consiguieron sostener un comercio fluido con Veracruz, en medio de los desastres naturales y políticos de la década siguiente a 1810. Junto con el cacao, exportaban a Nueva España azúcar y cuero, e importaban plata y objetos suntuarios para esa misma clase dirigente. El cabildo mostraba una presencia equilibrada de criollos y comerciantes de origen peninsular -comprensible dada la reciente integración de estos emigrantes en el grupo rector de la ciudad-.

La autora del artículo señala que "cada vez más (...) se agudizaban las tensiones entre monárquicos y republicanos. En 1811 (...) se generaron acciones y pronunciamientos desafectos al orden monárquico, justamente entre algunos miembros del cabildo que originalmente se habían identificado con su apoyo irrestricto al Gobierno monárquico". Esta aparente contradicción resulta perfectamente inteligible si aceptamos la interpretación de Miquel Izard, según la cual, los pronunciamientos en uno u otro sentido responden sobre todo a la voluntad de mantener el control político, y es plausible que los mismos 'activistas' que consideran la opción borbónica como la más fiable antes de 1810, la vean como una opción perdedora tras los acontecimientos clave de ese año, y deseen asegurar su autodeterminación en la nueva etapa.

Considera Ileana Parra, siguiendo a otros autores que, cuando el cabildo de Maracaibo se pronuncia en 1821 por la independencia, "se deshace de una fachada fidelista", aunque no da razones concretas que expliquen este cambio de actitud o por qué lo considera una fachada. Parece como si los dirigentes marabinos hubieran estado simplemente esperando la ocasión de poder proclamarse republicanos. Una espera de más de diez años es un tiempo demasiado largo para entender que se trata de simple prudencia, sobre todo en medio del vendaval de acontecimientos que sucedieron aquella década. Resulta más sencillo suponer que, entre las diversas prioridades que debían conjugar -autonomía política, prosperidad económica, relaciones con el resto de la América hispana, tensiones con Caracas...- la oligarquía de Maracaibo eligió la estabilidad como principio y que fueron las alteraciones políticas sucedidas en la Península y en la propia Venezuela -el golpe de Riego y las cortes constitucionales de 1821 en España tienen probablemente mucho que ver- lo que les situó en un contexto diferente ante el que reaccionaron con su propia lógica, inclinándose por la independencia. Algo no muy diferente de lo que pudo suceder en otros lugares.

De alguna manera, el artículo concluye que los cambios en la situación política de Venezuela, producidos por el "pensamiento liberal ilustrado de la época" no consiguieron impactar en el comercio exterior de Maracaibo, cuando se podría fácilmente hacer la lectura en orden contrario: la prosperidad económica de Maracaibo explica las diferencias en el ritmo de las alteraciones políticas respecto a otras zonas de Venezuela, en particular respecto a Caracas. Como tantas veces se ha afirmado, la burguesía de Maracaibo tal vez no deseaba continuar su dependencia de Cádiz, pero no veía ninguna ventaja en la entrega de su capacidad de decisión a rivales caraqueños, cuyas estrategias económicas hemos visto que caminaban en otro sentido. Hubiera resultado interesante una reflexión de la autora sobre el hecho de que el grupo exportador más vinculado al comercio con la Península -Caracas- manifieste sus ansias de ruptura antes que el grupo vinculado al comercio interamericano y exterior. No mucho más adelante, el negocio del cacao será sustituído por el del café que, como se indica, exigió una nueva articulación con los capitales y mercados europeos y norteamericano. Pero esto no podía estar en la mente de quienes proclamaron la independencia en 1821. Hemos visto cómo el marco colonial había quebrado muchas de sus rigideces a la altura de 1810, y podía haber también servido para integrar los nuevos cambios. En la opción entre monarquía y revolución, el problema, en última instancia, no era sólo considerarse español o venezolano, sino asegurar un grado de autodeterminación suficiente como para asegurarse de que las inevitables transformaciones no se harían en perjuicio del grupo dirigente que entonces se hallaba en el poder.

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