Lo único que aprendemos de la historia es que no aprendemos de la historia (Hegel)

martes, 10 de mayo de 2011

Ben Laden, la 'guerra contra el terror' y otras historias modernas

En los últimos días, el gobierno de Estados Unidos parece haber obtenido una resonante victoria en su 'guerra contra el Terror' gracias a la eliminación física de Osama Ben Laden, el autoproclamado lider de la difusa red Al Qaeda. Sorprende, de todas maneras, que la más grande amenaza islámica que pesaba sobre Occidente sea el resultado directo de las acciones políticas encubiertas de la CIA en Afganistán y que viviera protegido desde hace años por los servicios secretos de Pakistán, un estado 'mimado' desde hace mucho por ese mismo Occidente, que ha subvencionado generosamente a sus fuerzas armadas y que le toleró convertirse en potencia nuclear, como contrapeso a la India y China, pese a estar gobernado por una dictadura militar islamista que aplicaba la denostada 'sharia'.

Como a mi estas cosas me dejan siempre grandes interrogantes, y las pocas respuestas pueden andar en letra impresa (o no), he pasado esta semana buceando en algunos títulos que se ocuparon del tema después del 11 de septiembre. Os comento la lectura de uno de ellos, Al Qaeda y lo que significa ser moderno, de John Gray (Barcelona: Paidós, 2004; edic. orig., 2003), que aporta un enfoque diferente y alguna que otra sugerencia inquietante.


Es mucha la bibliografía que podemos encontrar sobre la vedette del terrorismo internacional. Desde libros que explican todos los acontecimientos partiendo de la consideración del islamismo como vector de las peores amenazas y que alertan de que nos hallamos ante un peligro tan grave como el nazismo en los años 30, lo que viene a justificar el empleo de toda clase de medidas por los países occidentales (Gustavo de Arístegui. El Islamismo contra el Islam. Barcelona: Ediciones B, 2004) hasta quienes se muestran críticos con la lectura que se hizo de los ataques de Al Qaeda contra Estados Unidos y la propia naturaleza de la 'guerra contra el Terror' encabezada por el partido republicano (Noam Chomsky. 11/9/2001. Barcelona: RBA, 2002) o quienes consideran que, en materia de empleo del Terror como arma política, los estados occidentales no están precisamente a la cola y que la reacción de organizaciones como ésta no deja de ser un resultado, o bien sigue la estela, de pràcticas que están muy extendidas y encabezadas por las grandes potencias. (Talal Asad. On suicide bombing. New York: Columbia University Press, 2007).

Como me falta preparación para valorar muchos de estos aspectos, y como mi obsesión de historiador me hace privilegiar siempre el análisis de los elementos temporales que confluyen en cualquier tema, he preferido estudiar con atención la obra de John Gray, economista y profesor de la London School of Economics, porque, en el contexto de la invasión de Afganistán y el inicio de esa misma 'guerra contra el Terror', intentó tomar altura y contemplar la nueva política occidental de acuerdo a una perspectiva histórica muy amplia.

El eje de la argumentación de John Gray consiste en denunciar la progresiva corriente de pensamiento que, desde los tiempos de la Ilustración, nos ha hecho considerar como 'moderno' y deseable un determinado modelo de estado y una sola forma de pensamiento.

Fueron los ilustrados quienes forjaron la idea de 'Progreso'. Un futuro benéfico aguardaba a la humanidad, gracias al empleo de la razón y a la difusión de unos determinados valores que cuajaban por entonces en Europa (la igualdad de los seres humanos, la bondad de la política constitucional, la extensión de los conocimientos prácticos, etc.). Con todo, los ilustrados contemplaban diferentes posibilidades de desarrollo intelectual, y valoraban la experiencia de otras culturas, como la china, la cual idealizaban y consideraban superior a la europea.

Esta forma de pensar avanzó otro paso decisivo a principios del siglo XIX con la difusión del positivismo filosófico. Comte, Saint Simon y otros pensadores no sólo valoraban el desarrollo técnico y científico como un elemento crucial del progreso humano, sino que para ellos el resultado de tal desarrollo no podía ser otro que una sociedad igualitaria, justa y libre, donde los problemas se resolverían por medio de soluciones técnicas, y donde los expertos -científicos racionalistas- terminarían por sustituir a los políticos. Esta forma de pensar, aunque no en la manera rígida y religiosa que la imaginaron sus pioneros, fue enormemente influyente durante muchas décadas.

Y a principios del siglo XX aún se fue más lejos, porque el denominado 'círculo de Viena 'difundió la idea de que la ciencia más importante para este progreso social era la Economía. Una ciencia 'exacta' según ellos, que debía convertirse en el nuevo paradigma y extenderse -junto con el modelo capitalista al que servía de base- por todo el planeta.

Justamente por entonces se transformaba en primera potencia mundial una sociedad, los Estados Unidos de Norteamérica, que practicaba un modelo específico de desarrollo económico y de capitalismo, donde predominaba el libre mercado y las formas políticas democráticas.

Otros modelos políticos, como el marxismo o el fascismo, no dejaron de compartir muchos aspectos de la 'modernidad' ilustrada, aunque pretendieran oponerse radicalmente en sus aspectos formales. Todos creían en el progreso, y en el desarrollo técnico como herramienta esencial de este progreso, y en la necesidad de un modelo homogéneo, válido para todos los países, que guiase la acción del estado y la conformación de una nueva sociedad 'ideal', al menos para los promotores de estas ideologías.

Pese a su doble condición de experto en Economía y de intelectual anglosajón, John Grey es muy crítico con ambos aspectos. La Economía no puede considerarse una ciencia exacta, y no está demostrado que las formas económicas practicadas en Occidente, y en concreto el libre mercado estadounidense, sean los modelos más viables y sensatos de desarrollo. Sobre todo, han fracasado los intentos de extenderlos como fórmula única a todo el resto de sociedades. El autor ofrece numerosos ejemplos de cómo los países que han seguido hasta la fecha las directrices del FMI -auténtico predicador de este modelo económico- o se han estancado en su persecución de los estados punteros, o han sufrido tremendos retrocesos, aplicando además programas muy duros con la población y los recursos de estos países. Serían los casos, bien conocidos, de Indonesia, México, Argentina y tantos otros estados ricos pero cada vez más empobrecidos.

En cambio, estados que mantienen líneas económicas al margen de estas directrices, con sus propias formas de capitalismo, han sabido progresar estupendamente solitos, como el Japón, Suecia y Corea, o, más recientemente, China y la India. En todos los casos, la intervención del estado en la economía es crucial, y complementa, rige o sustituye a los tradicionales mecanismos de libre mercado, postulados sin embargo como únicos deseables.

Llegamos así al problema crucial del nuevo 'imperio' estadounidense, después de la caída del Muro. Sus dirigentes, y toda la cultura geopolítica que les acompaña, tan sólo conciben su dominio mediante la extensión de las formas políticas y económicas del propio Estados Unidos, como, por otro lado, han hecho todos los grandes imperios. Para el autor constituye un error gravísimo, ya que las consecuencias del modelo norteamericano no están claras y no tienen por qué ser deseadas por todos. Se trata de la economía más fuertemente endeudada del mundo, dependiente del crédito exterior, de una sociedad con altos índices de criminalidad, ultrarreligiosa, con unos niveles de consumo elevadísimos y con alto riesgo de verse sumida en crisis financieras profundas (todo esto fue escrito durante los tiempos de bonanza lejos de crisis como la que ahora estamos viviendo).

Para John Grey, Al Qaeda no es un elemento medieval, enemigo del progreso y extraño a la modernidad. Aunque el Islam siempre ha tenido pretensiones universalistas, no pertenece a la tradición islámica el uso del Terror, tal como lo proponía Ben Laden, para alcanzar el control político, ni mucho menos esta noción de 'vanguardia revolucionaria' que existe detrás de organizaciones como Al Qaeda, que lleva adelante una lucha en supuesto beneficio del pueblo pero sin él. El Islam siempre ha sido una doctrina de masas y no de pequeños grupos revolucionarios. Los conceptos latentes detrás de la lucha de Al Qaeda ('La Base'), son conceptos hipermodernos, tomados más del marxismo leninismo que del pasado de las sociedades musulmanas. Se trata de revolucionarios del siglo XXI, y no sólo por su técnica, sino sobre todo por sus concepciones. Ben Laden pretendía antes que nada debilitar y hundir el estado saudí, para así poder controlar el mundo islámico y también a Occidente a través del petróleo. El mismo uso de la 'yihad' como elemento de lucha política para debilitar el estado es también muy reciente, de hace pocas décadas.

La conclusión para Grey es obvia. Estados Unidos no puede sostener por si sólo un imperio planetario, y cuanto más intente imponer su parcial visión del mundo, con más resistencias se encontrará. Para hacer frente a este tipo de amenaza terrorista -que considera muy importante-, el coloso americano debe sostener una relación de confianza y apoyo mutuo con los demás estados, aceptando que cada uno siga sus inclinaciones y abandonando las ilusiones de homogeneidad. Considera que el gran peligro son los 'estados fallidos', sociedades hundidas por la pobreza y por la falta de instituciones en que se pueda confiar. Son los principales santuarios del terrorismo y las acciones criminales, y no se puede permitir que más países vayan entrando en esta categoría. Sólo de esta manera se podrá controlar este peligro y otros que acechan la riqueza de las sociedades occidentales.

El razonamiento de este autor tan reconocido me parece interesante en muchos aspectos. Como mínimo, obliga a reflexionar y abre nuevas perspectivas, pero no deja de ser una exposición demasiado lineal, que no tiene en cuenta ciertos puntos cruciales y que debería revisar algunas de sus afirmaciones con lo que hoy sabemos.

Por un lado, ocho años después de escrito el libro, la experiencia no ha confirmado todo lo que señalaba el autor. Al Qaeda ha resultado no ser tanto como se decía -y como se sigue insistiendo desde ciertos medios-. Tras un par de acciones muy espectaculares y terribles (Nueva York, Madrid...), las supuestas células de esta organización apenas se limitan ya a algunas amenazas de bomba -rara vez ejecutadas-, secuestros en países africanos y poco más. El nivel de preparación de sus militantes es bajísimo, y la coordinación entre las acciones prácticamente inexistente. Para los que vivimos la amenaza de la izquierda radical europea, árabe o japonesa durante los años 70, Al Qaeda no deja de parecer un enemigo más exhibicionista que auténticamente peligroso para la supervivencia de los estados occidentales.

La equiparación que hace John Grey entre el terrorismo islamista, el fascismo y el marxismo -no es el único, como ya hemos dicho- no deja de ser fácil y abusiva. Las comparaciones basadas en aspectos formales no son aceptables en historia salvo que pretendan simplemente estimular el debate y la aparición de nuevas hipótesis (yo mismo cometí conscientemente ese pecado hace unos meses cuando me atrevía a comparar la génesis del feudalismo con la expansión de la economía de mercado ultraliberal,  'just for fun' intelectualmente). Para lo que no pueden servir es para extraer en serio conclusiones basadas en meter dentro del mismo saco unas y otras ideologías.

Además, cuando John Grey propone nuevas direcciones para la política estadounidense olvida un elemento crucial: los intereses concretos que empujan el modelo actual de acción geoestratégica de las grandes potencias. Debemos incorporar, como mínimo, un análisis de clase. No creo que la política mundial de Estados Unidos se mueva sólo por criterios de racionalidad. Detrás hay unos elementos, sobre todo económicos, muy poderosos, que se benefician ampliamente de la situación actual y que impedirán cualquier replanteamiento si esto exige una mínima reducción de beneficios. Son muchos, y en muchos lugares, quienes están interesados en mantener el 'statu quo'.

También creo que las entidades estatales que John Grey ve tan diferentes, están profundamente marcadas por nuestro modelo socioeconómico. Coincido con que Al Qaeda es también un fruto de la modernidad, porque en el fondo creo que ya se ha producido el 'Triunfo de Occidente'. Con unas u otras variantes, la sociedad capitalista y sus valores constituye un referente tan fuerte como para que sean muy pocos quienes escapen a su impacto y sus atractivos. En muchos de estos casos, incluso, sectores amplios de estas mismas sociedades critican tanto el funcionamiento de un modelo alternativo (los jóvenes de Irán, por ejemplo o sectores de la población cubana de los que desconocemos la amplitud) como aquí podamos hacerlo con el sistema que mantenemos. Desde Japón hasta Suráfrica, todos los países y culturas se mueven cada vez más estrechamente en la misma órbita.

Lo que no previó el autor es que esta 'guerra contra el Terror', llevada de una u otra manera acabaría, como cualquier guerra, emponzoñando por igual a ambos bandos. En todo conflicto armado, siempre se produce una contaminación de las ideas y métodos practicados por el contrario. No sabemos muy bien quién ha influido más en quién (fueron expertos occidentales quienes formaron a Ben Laden, al fin y al cabo), pero lo cierto es que los métodos practicados por los 'luchadores' árabes o los 'contraterroristas' de Israel han acabado extendiéndose y hallando justificación en casi todo el planeta y casi todas las ideologías políticas, en nombre de una 'eficacia' que todavía está por demostrar.

Que un presidente supuestamente 'progresista' o 'diferente', que ha recibido el premio Nóbel de la Paz, sea capaz de proclamar, urbi et orbe, la ejecución extrajudicial de un enemigo desarmado, admitiendo que se le localizó gracias al uso sistemático del secuestro y de la tortura, mientras grupos importantes de población salen a celebrarlo por las calles, los líderes de casi todas las tendencias aplauden y una empresa lanza rápidamente un videojuego para que sirva de entretenimiento y diversión, deja bastante tocados los valores tradicionales predicados por Occidente y el concepto de estado constitucional y democrático. Por bastante menos se ha  tildado a otros grupos y sociedades como bárbaras, crueles e imperialistas.

En cualquier caso, la opción de Ben Laden y sus seguidores tan solo ha servido hasta ahora para sembrar más dolor y muerte y no ha contribuido a resolver nada. Ya suele ocurrir cuando se privilegia el empleo de la violencia. Otra cosa es que, si la solución era una operación de comando, ejecutada de manera fulgurante, junto a instalaciones militares de un supuesto aliado, resulte cuando menos sorprendente que haya sido necesario derrochar cantidades ingentes de dinero público y numerosas vidas invadiendo países enteros. Son esas cosas que, a mis años, continúan dejándome perplejo.


2 comentarios:

  1. La razón me hace estar de acuerdo con el penúltimo parrafo del texto: "Que un presidente presuntamente progresista......." pero aquella parte del cuerpo que no atiende a razones me hace pensar en las víctimas y familiares de todas las atrocidades de este hombre y ¡no se yo....!
    De todas formas estoy seguro que la muerte de Bin Laden en estas circunstancias no fue debido a una venganza cruel sino más bien a una cuestión de estado. A los Estados Unidos y al mundo occidental en general no le interesa un Bin Laden sentado en un banquillo y hablando de los entresijos y guerras sucias de Afganistan con los rusos, Sadan Hussein, Kuwait, Arabia Saudi, etc. etc.
    Un cordial saludo
    Arturo

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  2. Que Ben Laden no era un benefactor de la humanidad lo sabemos todos menos él y cuatro más de su cuerda. El problema es que, en la lucha contra el Mal, si justificamos moralmente todo, acabamos en los genocidios del Cono Sur durante los años 70, cuando se torturaba y eliminaba a cualquiera con la excusa también de combatir el 'terrorismo'. Por otro lado, siempre queda la duda de si Ben Laden era el Gran Malo, o hay otros. Sólo en la toma de Fallujah, por ejemplo, hubo más víctimas civiles que en los atentados de Madrid o Indonesia, y allí no se trataba de abatir a Ben Laden. Claro que esas no eran víctimas, sino 'daños colaterales' y, como eran iraquíes, no se habló nunca de sus familias.
    Por lo demás, estoy totalmente de acuerdo contigo en que apresar a Ben Laden era una patata caliente demasiado peligrosa, por esas y otras razones, como el temor a continuos atentados reclamando su liberación.
    Un abrazo. Ismael.

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