Lo único que aprendemos de la historia es que no aprendemos de la historia (Hegel)

martes, 3 de mayo de 2011

El Generalísimo Franco, jefe de guerra

Al margen de la opinión que se tenga sobre su régimen, resulta difícil discutir las dotes políticas de Francisco Franco. Controlar un país durante cuarenta años, superar crisis tan agudas como la derrota del fascismo en 1945, hacer convivir e imponerse al tiempo a las distintas tendencias políticas que le habían prestado apoyo, someter a la obediencia a sus compañeros de armas, no abandonar el poder hasta su muerte y ser favorablemente recordado por una parte, minoritaria, pero no menospreciable, de los ciudadanos, es un bagaje que no está al alcance de cualquiera. Claro que tal hazaña resulta más fácil cuando tu sistema de gobierno es dictatorial y cuentas con la fuerza del ejército como columna vertebral del mismo.

En cambio, siempre se han discutido sus méritos como estratega. Su conducción de la guerra civil ha levantado, desde el momento mismo de su inicio, opiniones contrarias, que en los últimos años se han reavivado con la publicación de libros como Franco no estudió en West Point de Gabriel Cardona (Littera Books, 2002 ). Hablando con unos compañeros sobre este tema he recordado un artículo de Juan Blázquez Miguel titulado La capacidad militar de Franco. El criterio de sus contemporáneos (HISTORIA 16 (2004), nº 336, pp. 64-75, que puede servir para clarificar alguno de los principales aspectos del debate.

Juan Blázquez es doctor en historia y eficaz divulgador. Aunque la principal aportación del artículo sea simultanear brevemente algunos testimonios de época sobre la dirección de la guerra por Franco, creo que aún resulta más interesante que el autor –quien no pretende ser imparcial y tiene una opinión definida, y negativa, de Franco en estos aspectos- pone sobre la mesa un listado de las cuestiones que todos, desde uno y otro lado, consideran clave para emitir un juicio de valor sobre su actuación. Los partidarios del ‘Caudillo’ las justificarán, y sus detractores las utilizarán para atacarlo, pero no cabe duda que debe darse una respuesta a los interrogantes que suscitan.

La primera de estas cuestiones no son sólo los mediocres resultados de sus estudios militares –cadete nº 251 en una promoción de 312-, ya que no sería el primer caso de un oficial que ha superado sus dificultades a través del esfuerzo y la experiencia, sino la falta precisamente de esa experiencia para dirigir grandes ejércitos en una guerra moderna. De todos es sabido que Franco, en las campañas africanas donde alcanzó el rango de general “destacó notoriamente hasta el nivel de comandante o teniente coronel, acreditándose como un buen conductor de tropas y un notable táctico”, pero este escenario no constituía en absoluto un marco idóneo para forjar las características de un general de tropas en la guerra industrializada y con ejércitos masivos propia del siglo XX. Como tantos otros jefes coloniales, Franco había debido enfrentarse con la resistencia de unas fuerzas nativas precariamente armadas, que debían ser desalojadas del terreno mediante una combinación de valor, lucha frontal por cada posición y métodos crueles para aterrorizar al enemigo. De todo ello daría buena muestra durante la guerra civil española, lo que evidencia la huella que dejaron en su manera de entender la guerra.

También es conocido el escaso aprecio de Franco por la lectura y la formación teórica. Era un hombre de acción que, ni siquiera cuando ejerció como Director de la Academia General Militar, antepuso los conocimientos técnicos sobre su profesión a las virtudes castrenses y patrióticas que debían forjar el alma del soldado. Esta actitud era muy frecuente entre los ‘africanistas’ que, como él, sentían ‘un evidente recelo’ ante sus compañeros más intelectuales, que habían dedicado parte de su carrera al Estado Mayor o puestos burocráticos y diplomáticos.

Ya en el marco de la guerra, desde su inicio se suscitó el debate por la manera en que sacrificó la consecución de objetivos esenciales, como la toma de Madrid, en beneficio de operaciones secundarias, como la liberación de Oviedo y el Alcázar de Toledo. Este último caso resulta aún más sangrante ya que la decisión de evitar el camino más corto hacia Madrid no se adopta ante la desesperada situación de los sitiados, como se dijo luego, sino que había sido tomada un mes antes, en una consciente planificación de las operaciones a través de la capital manchega. En el contraste de opiniones sobre esta cuestión creo que el autor olvida las consideraciones de ‘política militar’ que guiaban su conducta. El hecho de no abandonar a sus compañeros de armas constituía un elemento esencial del prestigio de Franco como Jefe de su propio estamento y a ello bien podía ser sacrificado algún retraso en el avance. Lo que evidentemente no llegó a percibir fue que esto le podía costar la conquista de la capital de España, lo cual, por otra parte, dice mucho de la manera en que subestimó las capacidades del enemigo.

Otro punto ‘oscuro’ reconocido por todos fue la forma en que se llevó a cabo el asalto sobre Madrid, con tropas insuficientes, mediante una ofensiva frontal y quizá en uno de los puntos menos indicados. El autor del artículo resalta los dos últimos aspectos, cuando para mí resulta mucho más importante el primero. Era muy difícil encarar la toma de un gran centro urbano, en un marco general de guerra abierta, cuando tan solo se disponía de las tropas que hubieran sido necesarias para hacerlo en un golpe de estado militar que únicamente debiera enfrentar una defensa callejera, como podía haber ocurrido el 19 de julio. La precipitación de Franco para forzar la caída de Madrid fue un factor esencial que explica el triunfo moral obtenido por los republicanos y el alargamiento de la guerra.

Todo el mundo está también de acuerdo en que suscitan interrogantes, como mínimo, las decisiones de Franco durante las operaciones de Teruel, empeñándose en recuperar una capital de provincia sin ningún interés estratégico y haciendo luchar a sus tropas en unas condiciones infernales, por un terreno enormemente complicado, donde la mayor parte de las bajas se producían por agotamiento o debido a la insufrible meteorología, mientras el resto de los frentes permanecían prácticamente parados y se volvía a sacrificar la posibilidad de un ataque ‘definitivo’ sobre Madrid, utilizando la ‘masa de maniobra’ disponible desde la caída de las provincias del Norte.

Esta situación de parálisis volvería a repetirse durante la ruptura del frente en marzo de 1938, cuando los republicanos deben retroceder hasta la línea del Segre y las fuerzas franquistas rompen el territorio republicano alcanzando el mar por Vinaroz. En ese momento, la situación militar en Cataluña es prácticamente desesperada y, mientras Franco ordena a Yagüe detenerse en Lérida ante un enemigo casi inexistente, desvía el principal esfuerzo de guerra hacia Valencia “por un terreno escabroso, impracticable para las tropas motorizadas, y conquistando localidades sin importancia alguna al precio de torrentes de sangre, para estrellarse finalmente ante las potentes defensas de Valencia”. El autor recoge la explicación tradicional de que Franco no deseaba ‘provocar’ a Francia ocupando Cataluña en un momento (inicios de 1938) en que las tensiones con Alemania podían animar a una entrada en guerra a favor de la República y en contra de los aliados del nazismo. No deja de ser una hipótesis interesante aunque, como señala Juan Blázquez, su punto débil estriba en que no se ha hallado nunca rastro documental de que estas fueran las consideraciones que guiaron a Franco.

Y en la misma línea se halla la tan debatida cuestión de cómo afrontó el Generalísimo la ofensiva republicana en el Ebro. Una ofensiva fracasada apenas una semana después de haber comenzado, sin alcanzar ningún otro objetivo que el de atravesar el Ebro y sorprender a las divisiones franquistas que guarnecían esta línea. Perfectamente se hubiese podido fijar allí el grueso de las fuerzas de maniobra catalanas mientras se las embolsaba por la izquierda a través del esperado ataque en la línea del Segre. En lugar de ello, Franco, “se empecinó en atacar frontalmente durante cuatro meses para reconquistar un pedazo de tierra que había perdido en 24 horas”.

Ya digo que, desde militares franquistas como Sálas Larrazábal hasta los muchos detractores de su dictadura, todos han venido fijándose repetidamente en estos mismos puntos para justificar, explicar o denostar la conducción bélica de Franco. Los juicios emitidos han tenido a veces en cuenta todas las dimensiones de una situación compleja, y otras muchas veces no. En todo caso, lo que queda de relieve es que Franco, si no era el peor general de la historia, distaba mucho de ser el ‘rayo de la guerra’ o ‘el primer estratega de este siglo (...) táctico eminente [que] jamás se equivoca”, como se esforzaban en repetir sus más fervorosos paniaguados. Señala Juan Blázquez que nunca desarrolló operaciones envolventes sobre las posiciones del enemigo, ni acciones rápidas de aproximación, ni entendió las ventajas de la combinación de fuerzas. El conjunto de lo observado presenta a un Franco más preocupado por ‘reaccionar’ a las iniciativas del enemigo y mantener su calidad de guerrero ‘invicto’ que por plantear una auténtica estrategia que permitiera ganar la guerra en el menor tiempo posible. El argumento de que, en definitiva, era el mejor general porque acababa ganando las batallas, no sirve de mucho cuando nunca debió enfrentar, en los teatros donde personalmente tomaba las decisiones, situaciones de inferioridad numérica clara, y mucho menos de inferioridad en medios técnicos y materiales, más bien todo lo contrario. La victoria constituía, en estos casos, una opción normal incluso para militares poco brillantes, sin que ello suponga no reconocer que algún mérito se debe tener para no acabar perdiendo.

Otra cosa es juzgar a Franco, como también hace el artículo, por sus conocidas opiniones conservadoras en materia de aviación, tanques, artillería y otros medios que deben combatir en la guerra moderna al lado de la infantería. Son conocidas las ‘pifias’ del futuro Generalísimo sobre estos temas en declaraciones a lo largo de su carrera militar, mucho antes de llegar a alcanzar este puesto único en las Fuerzas Armadas. Pero, frente a la crítica del autor, también habría que señalar la gran cantidad de sus compañeros, dentro y fuera de España, que compartían tales opiniones hasta que el desarrollo de las primeras operaciones durante la Segunda Guerra Mundial vino a poner las cosas en su sitio. Si Franco, de acuerdo a su escasa preparación teórica, tampoco en esto fue un genio, ni un hombre avanzado a su tiempo, hay que decir que, en ciertos errores, no estaba precisamente solo.

1 comentario:

  1. Lo siento.
    Tal como he ido leyendo el artículo aumentaban las semejanzas con un vídeo de "El intermedio" :
    http://www.youtube.com/watch?v=5D_I7R_CaFg

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