Lo único que aprendemos de la historia es que no aprendemos de la historia (Hegel)

jueves, 16 de junio de 2011

Nacionalismo y fascismo en Argentina

La rápida expansión del fascismo por la Europa de entreguerras, vinculado al éxito del totalitarismo y del ultranacionalismo como ideologías de fondo, debe ser un elemento básico de reflexión para los historiadores del siglo XX. Pero casi todos los estados independientes por aquella época  -o incluso territorios que no lo eran- conocieron versiones locales del fascismo, incluyendo casos como Egipto y la India. En Argentina, el impacto del fascismo fue importante, debido a sus estrechas relaciones con Italia y España. También aquí la ósmosis con el nacionalismo conservador resultó un elemento operativo de primer orden. Un reciente libro de Federico Finchelstein, Fascismo trasatlántico. Ideología, violencia y sacralidad en Argentina y en Italia, 1919-1945. (México: Fondo de Cultura Económica, 2010) trata de analizar hasta qué punto los políticos 'nacionalistas' de la derecha argentina asumieron en su integridad el contenido de los fascismos europeos, hasta qué punto éstos dejaron huella en la ideología  más conservadora del país, y qué factores locales contribuyeron a forjar un pensamiento que se proyectó más allá de la derrota del fascismo, en un intento declarado por el autor de profundizar en las raíces de la ultraderecha gobernante en Argentina durante los años setenta.

Finchelstein comienza situando el problema histórico del fascismo en términos útiles para cualquier sociedad contemporánea, pero que en su país revistió algunas características especiales. Considera que el siglo XX argentino "fue testigo de una radicalización de la división de una sociedad civil con inclinaciones democráticas y una sociedad política autoritaria, que, en especial a partir de 1930, se apoyó de una manera notoria en el control militar del estado", afirmación que también podría ser válida para el estudio del fascismo español, por ejemplo. En cualquier caso, "el fascismo (...) no fue una mera ideología reaccionaria. Más bien, el fascismo apuntaba a la creación de un nuevo orden y de una nueva civilización" y eso le distinguiría en todas partes del conservadurismo de tradición decimonónica anterior a la Gran Guerra. Quizá entre las mejores páginas del libro se encuentra una rápida pero completa exposición de los rasgos ideológicos del fascismo, donde no entraremos, ya que no añade nada nuevo a lo que resulta bien conocido, pero que el autor argumenta con solidez y contextualiza con precisión. Una de las características que puede retener nuestra atención es lo que Finchelstein denomina "concretismo", la capacidad que tuvo el fascismo de articular su discurso en base a "acciones inmediatas" de política concreta, lo cual le permitía obviar las numerosas contradicciones de su propia retórica doctrinal y que justificaba repetidamente haciendo apelación al antiintelectualismo. Esta capacidad de amoldar lo que se dice a las necesidades inmediatas de lo que se hace, sin querer entrar en las consecuencias a medio y largo plazo, parece ser también un elemento importante en los nuevos grupos actuales de derecha que han sustituido el tradicional discurso conservador.

El nacionalismo argentino no había tenido en sus inicios un carácter excluyente. Como los nacionalismos europeos del XIX era el resultado de revoluciones burguesas que buscaban la instauración de un estado constitucional y laico. Destacaba como un brillante ejemplo por su éxito en la integración de grandes masas  migrantes de diversa procedencia que, ya en la primera o segunda generación, se sentían argentinos y adoptaban el español como lengua propia, sin dejar por ello de aportar su idiosincrasia al conjunto nacional. El problema del nacionalismo es que constituye un contenedor vacío, pero cargado de sentimientos, que puede ser rellenado de diferentes maneras. Ya a finales de ese siglo, y haciendo apelación a esa misma argentinidad, aparece un nacionalismo conservador y xenófobo, que desconfía profundamente de la masiva inmigración italiana, y que busca separar a los verdaderos argentinos de los recién llegados. A principios del siglo XX, la ultraderecha se apropiará del nacionalismo argentino, movilizando a sus seguidores por la defensa de la Patria, de la hispanidad y de la fe católica contra la República liberal, laica e integradora que había constituído el orgullo del país en las décadas anteriores. En este propósito, ya no se discriminaba a los argentinos por su origen nacional (criollos, españoles o italianos), sino por sus ideas políticas o por pertenecer a minorías consideradas peligrosas (judíos, masones...).

El nacionalismo ultraconservador argentino cobró fuerza y consolidó sus elementos orgánicos durante el breve gobierno del general Uriburu (1930-1932). En él se produjo la conjunción de un pensamiento autoritario con el militarismo y el ultracatolicismo. Coincido con el autor, dentro de mis escasos conocimientos, en no se puede calificar a Uriburu, sin más, como fascista, aunque los contactos con el modelo mussoliniano resulten evidentes. Su intento de cambiar la constitución liberal por una nueva de tipo corporativo se inscribe en una larga tradición que podemos remontar al siglo XIX y que en la misma España tendría antecedentes en el carlismo y la dictadura de Primo de Rivera, o incluso en prohombres conservadores de los nacionalismos catalán y vasco. Pero lo cierto es que "los fascistas argentinos crearon un mito de Uriburu que reafirmó sus compromisos ideológicos y sus estrategias políticas en la década de 1930". Tras el nacionalismo de Uriburu se cobijó un culto a la violencia, que justificaba el uso de cualquier medio para tratar a los 'enemigos de la Patria', principalmente judios e izquierdistas. Durante su mandato se generalizó el uso de la tortura contra los prisioneros políticos -fué su jefe de la policía política quien inventó la tristemente famosa 'picana'- y se presentó la violencia callejera como acciones heróicas ejercidas sobre un enemigo que encarnaba el mal absoluto y a quien no se podía tratar con reglas que se guardaban entre seres civilizados. "En su adhesión al mito de Uriburu, la figura de un militar muerto, los nacionalistas ofrecían una variante de la concepción fascista del Jefe". Será en esta década cuando más se desarrollen los contactos trasatlánticos del fascismo.


Pese a su mutua y declarada simpatía, el principal obstáculo que los fascistas italanos y españoles encontraron en la relación con sus homólogos argentinos nació precisamente del carácter fanáticamente nacionalista de todos estos movimientos. Convencidos cada uno de ellos de ser portadores de una supremacía racial indiscutible, resultaba difícil que generaran suficiente empatía como para aceptar y para hermanarse con una realidad diferente a la suya. Todos trataban de ser paternalistas y, en cambio, desarrollaban una tremenda suspicacia cuando se sentían tratados paternalmente.

Mussolini y el fascismo italiano nunca entendieron lo que significaba la 'argentinidad'. Para ellos, "la 'blancura' de la población argentina era mérito exclusivo de los descendientes de emigrantes italianos (...) les costaba distinguir las diferencias entre las distintas administraciones radicales y conservadoras, o incluso captar el sentido político de José Félix Uriburu (...) La principal ambivalencia política en la percepción fascista de Argentina era la tensión entre dos ideas. La primera era que desde el momento en que la nacionalidad argentina era 'artificial', los argentinos de origen italiano debían volver a su patria de origen. En segundo lugar, como esta nacionalidad era una 'creación' italiana, los argentinos de origen italiano debían tener la supremacía en el gobierno del país (...) Reafirmar el partido fascista en el extranjero y fortalecer los lazos con Estados latinoamericanos como Argentina eran dos objetivos contradictorios de la propaganda fascista que nunca se unificaton.". Para los historiadores fascistas, la negativa de los argentinos a reconocer el papel preeminente de Italia en la historia de su país era característico de la 'ingratitud chauvinista' de los criollos.

Lo peor para estas tesis es que los propios emigrantes italianos o sus descendientes no las compartían. Hablando claro, vivían mucho mejor en Argentina que en Italia y no deseaban regresar, ni tenían necesariamente la sensación de haber jugado ese papel 'civilizador'. "Argentina aparecía siempre en la imaginación fascista como un ejemplo de democracia fallida en América del Sur y como un lugar de barbarie para las prácticas políticas y culturales propias de América Latina (...) ¿Cómo podían los 'italianos de Argentina', se asombraba Mussolini, <<no interesarse más en impulsar al país a adherirse a la política imperialista del fascismo>>?

Con todo, el constante esfuerzo de la embajada italiana y de los intelectuales fascistas por establecer vinculaciones con la Argentina no resultó baladí. "El legado más amplio del fascismo fue su influencia en la manera en que los militares y los nacionalistas entendieron el papel de Argentina en el mundo". Los nacionalistas no consideraron el fascismo como un modelo a copiar en toda su extensión. Existió un Partido Fascista Argentino, pero se trataba de núcleos minoritarios dentro de la derecha, salvo en algunos momentos y lugares determinados. Los nacionalistas cooperaron con el fascismo, y fueron subvencionados por él; sus líderes se presentaban como el 'Mussolini argentino', una figura mucho más valorada que Hitler o Franco, pero en Argentina, el peso de la tradición y el catolicismo en la ideología conservadora eran muy fuertes. Fascismo y nazismo eran para ellos 'movimientos análogos', pero no idénticos a la ultraderecha argentina aunque, para la población en general, 'nacionalismo' pasó a significar autoritarismo y fascismo.

Tampoco el franquismo español demostró una mayor sensibilidad hacia la idiosincrasia argentina. Trataba de apoyarse en la ideología de la 'Hispanidad' difundida por Ramiro de Maeztu, quien había trabajado en la embajada española de Buenos Aires, y que era en gran parte aceptada por los círculos derechistas de Argentina. Pero, salvo contados casos, para los pensadores fascistas españoles la 'hispanidad' significaba que España guiara a América Latina desde el punto de vista intelectual y político. En cambio, la idea de los nacionalistas argentinos era que su país había de convertirse en el líder de América Latina. Para ellos lo transnacional era el nacionalismo, y el fascismo italiano un caso particular, al contrario de como lo entendía Mussolini. Y en respuesta al franquismo, consideraban, seguramente con razón, que "Argentina era más europea, en el sentido hispánico, que España misma.".

La propaganda nazi actuó con menos trabas mentales que la mussoliniana o la falangista y, en cierto sentido, resultaba más inteligente. "Presentaba al nazismo como un ejemplo y no como un modelo bueno para todos'." que debiera ser implantado 'tal cual' como pretendían, en cambio, los fascistas italianos. Pero su propaganda apenas cosechó éxitos prácticos ya que fue vigorosamente contestada por los grupos antifascistas y por la influencia de los Aliados durante la Segunda Guerra Mundial. A los nacionalistas no dejó de parecerles una variante más del fascismo italiano, con el que sostenían lazos más estrechos, y algo sospechosa por su carácter no decididamente católico.

El nacionalismo argentino se presentaba como un frente unido que agrupaba a la Iglesia, al Ejército y a todos los verdaderos argentinos frente a la 'antipatria', los enemigos internos de la Nación. Para Finchelstein, sus políticos operaron en forma contraria al 'concretismo' mussoliniano."La principal estrategia del nacionalismo era imponer la teoría a la realidad y no a la inversa" ya que la formulación de esta teoría constituía la más alta forma de hacer política y parte de sus obligaciones religiosas. "para los nacionalistas, el fascismo no era una teoría en sí misma, sino más bien un molde para el pensamiento católico (...) el catolicismo representaba una encarnación teórica ideal para el fascismo". En este punto, las relaciones con el caso español son estrechas, como bien se dió cuenta José María Pemán, uno de los escasos pensadores extranjeros capaces de valorar la via argentina al fascismo, que para él era correcta en tanto que católica. Para los nacionalistas, la amenaza del comunismo, y del judaísmo comunista en concreto, era un peligro para la Patria y también para la Cristiandad, "ya que consideraban que Argentina era la mejor expresión de esta última" Se trataba de revertir la secularización política, que se había iniciado en los últimos tiempos de la colonia y que había proseguido durante todo el sigo XIX. Como otros grupos fascistas o parafascistas basaban su política en la defensa de un sentido social de la economía, que fundamentaban en las encíclicas papales. El libro expone las diversas tendencias ideológicas del catolicismo nacionalista argentino, desde quienes defendían una identificación total entre catolicismo y fascismo hasta quienes situaban claramente la superioridad de la Iglesia y de sus fines sobre las ideologías políticas, fueran estas cuales fueran, aceptando reconocer, eso si, el carácter católico del nacionalismo. Junto con la cuestión religiosa  "La fusión nacionalista de imperialismo fascista con la noción de hispanidad y con el antiimperialismo latinoamericano resultó ser original e influyente. La noción de hispanidad surgió en Argentina, no en España."

Quizá en este punto radica la principal debilidad de la investigación, realizada fundamentalmente a través de los ideólogos y la prensa de la época, sin apenas otros referentes documentales. Su continuación lógica sería una exposición contextualizada de las relaciones que los partidos no fascistas, e instituciones como la Iglesia, mantuvieron durante los años treinta y cuarenta con estos postulados y estrategias magníficamente descritos en lo que hace a sus aspectos teóricos.

La exposición termina con lo que podría ser más interesante, pero que se halla escasamente recogido ya que escapa a la metodología que acabamos de comentar: la influencia del nacionalismo y el fascismo en las raíces de los movimientos militares que precedieron la llegada de Perón al poder durante el período 1940-1945. El nacionalismo argentino había carecido de un jefe universalmente reconocido, salvo el caso de Uriburu, y a título póstumo. Para los más cercanos a las posturas católicas, su ultraderechismo tenia como finalidad colocar a Dios y a la Iglesia como guías espirituales de la Patria. Todo lo sucedido posteriormente es despachado en un epílogo demasiado breve que deja con ganas de más información. Su conclusión final está argumentada, pero de manera incompleta, y viene a coincidir con lo señalado por otros autores: pese a que Perón llegó a autodefinirse como "discípulo de Mussolini", "el peronismo iba a ser no tanto una forma de fascismo como un 'ambiguo' fenomeno de la Guerra Fría, una reformulación radical y sui géneris del fascismo. Perón había vivido en la Italia fascista durante un breve período en1940 (...) pero para la evolución política de Perón, fue igualmente importante lo que aprendió del 'fascismo cristianizado' (...) El nacionalismo argentino reformuló el fascismo hasta volverlo casi irreconocible.".

Cabría concluir con el autor que el peronismo no fue el único canal que encauzó las corrientes nacionalistas. En realidad, la oposición de la élite argentina al peronismo terminó dando refugio al nacionalismo católico precisamente entre las filas de aquellos que se enfrentaban a un movimiento nacido en su seno, el peronismo, y al que creyeron capaz en un primer momento de realizar sus sueños de una Argentina nacionalista y católica, pero que terminaron rechazando. Precisamente por aquí, por la oposición al peronismo más populista, vendría décadas más tarde el enlace, que en el libro no se desarrolla, con las dictaduras militares de los 60 y 70, que llevaron la persecución de la 'antipatria' a la intensidad exigida por los promotores nacionalistas del fascismo en los años 30.

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