Lo único que aprendemos de la historia es que no aprendemos de la historia (Hegel)

sábado, 4 de junio de 2011

Retos del medievalismo



En el III Congreso Internacional 'Historia a Debate', una estupenda iniciativa impulsada desde hace años por la universidad de Santiago de Compostela, el profesor Hubert Watelet, de la universidad de Ottawa, pergreñó en su ponencia algunos puntos interesantes de lo que ha sido durante el último medio siglo, y lo que debe afrontar en el futuro, la historiografía medieval. Sus aportaciones pueden encontrarse en el artículo Les lumières, le Moyen Âge et les études médievales, publicado en el volumen colectivo editado por Carlos Barros que recoge las intervenciones en dicho congreso (Historia a Debate, Tomo II, pp. 323-335. Santiago de Compostela: Universidad de Santiago, 2009). Intentaré aquí resumirlas aunque, por la propia brevedad de su intervención, fueron muchos los asuntos que deberían ser incorporados o matizados, pero creo que presenta un gran interés para quienes deseen ir introduciéndose en los estudios académicos dedicados a la edad media.

De entrada, el historiador canadiense puso de relieve que la revalorización de lo medieval como algo que merece ser estudiado y posee valores intrínsecos positivos ya no se pone en duda, si bien, añadiría yo, esta percepción no haya llegado siempre al gran público. Tras el descrédito sufrido a partir del s. XV y el que lanzó sobre esta época la historiografía de principios del s. XX, vino la “revuelta de los medievalistas” a partir de los años 40, que, como señalaba el título de la obra de Régine Pernoud, permitió descubrir rica una extensión de nuevas posibilidades para el estudio de las sociedades humanas "a la luz de la edad media". Los desastres bélicos -y éticos- del siglo XX habían hecho tambalearse de tal manera la fe en los pilares de la modernidad que, por fin, era posible valorar realidades diferentes en su justa medida. Fueron estos medievalistas quienes reivindicaron que la edad media, lejos de ser el periodo oscuro, marcado por la opresión y las supersticiones, posición a que lo había relegado la historiografía liberal, constituyó un periodo creativo donde nacieron algunas de las mejores realizaciones de la civilización occidental, como el humanismo o las universidades.
Hubert Watelet destacaba que estas realizaciones positivias no se hallan tan solo en los siglos bajomedievales, sino que desde los inicios del periodo podemos hallar elementos de gran interés. Pierre Riche, por ejemplo, ha señalado la gran riqueza de las elaboraciones intelectuales que se dieron en la transición de la educación antigua a la medieval o el papel de lo 'medieval' en la formación de los pueblos europeos (s.III-VIII) que Patrick Geary supo distinguir netamente de los nacionalismos surgidos en el siglo XIX, aunque a menudo les sirva de base, o en la recreación que del cristianismo se hizo en la edad media, como ha estudiado Peter Brown. En cambio, otros elementos ensalzados por la historiografía deberían quizá ser reevaluados, como la importancia del denominado 'Renacimiento carolingio', que para los contemporáneos constituía más bien una rectificación o consolidación de lo anterior . Los fundamentos de su impulso podemos encontrarlos en los merovingios. 
Para el autor de la ponencia, el problema actual de los historiadores, no se refiere tanto al conocimiento de las fuentes o a la valoración de los acontecimientos como al uso que hacemos de los conceptos, como ya puso de relieve  Marc Bloch hace más de sesenta años. Tratamos de penetrar en una época que se mueve en coordenadas muy diferentes a las nuestras y donde la propia realidad actual puede actuar como pantalla que nos lleve fácilmente a engaño. Cómo aplicar, por ejemplo, nuestros parámetros económicos a una sociedad que desconoce su importancia y ni siquiera dispone para expresarse del término 'economía', pregunta planteada ya por el gran medievalista Le Goff. Lo mismo se puede decir de la religión, la feudalidad o la propiedad ¿Podemos realmente entender el pensamiento simbólico de la edad media? Corremos el riesgo de falsear aquella época por minusvalorar sus diferencias con la nuestra. Como ejemplo, uno de los conceptos sobre los que se extendió el profesor Watelet fue el de 'caritas' A nivel parroquial, el ligamen espiritual y social dela comunidad se expresaba en la 'caridad'. El término 'religión' no se empleaba, en cambio, más que para hablar de las distintas órdenes monacales.

Algunos de los puntos tocados en la ponencia incidían en temas que ya hemos expuesto en este bloc, como el crecimiento de los ataques contra los judíos entre los siglos X y XIII. La obsesión por la uniformidad y la intolerancia en el interior de la iglesia fueron creciendo a partir del s. XII. El autor no llama la atención sobre ello, pero me gustaría resaltar que este fenómeno, para él tan importante, no se produce en el momento de mayor peligro para los cristianos occidentales (por agresiones de otros grupos religiosos o culturales), sino en el de mayor presión de los señores sobre el campesinado, y cuando se está produciendo la consolidación del nuevo orden feudal. De igual manera que lo hacían los libros de Moore o Henningsen, que ya comentamos, Watelet remarcó el paralelismo entre brujería y herejía para entender la creciente persecución del primer fenómeno. Sobre la brujería ya no preocupa tanto conocer la realidad de víctimas y verdugos como los mecanismos de la irracionalidad, o la mentalidad de ‘estado de asedio' que le dio carta de naturaleza por toda Europa. Fue precisamente el debate sobre las brujas en la edad moderna uno de los elementos que abrió el camino a la secularización de la sociedad. El autor se pregunta si no había quizá más miedo a las mujeres que al diablo.
También mencionaba, como lo expusimos en la entrada del 21 de marzo, la importancia que para el desarrollo de la economía tuvo la vuelta, entre los s. XII y XIV, a las nociones de trabajo y salario. Frente al sometimiento personal y la minusvaloración de lo laboral en la relación vasallática, la Iglesia admite que todo trabajo merece su retribución. Tal vez se fue planteando así, señala el autor, porque también afectaba a los nuevos ‘maestros’, los trabajadores del pensamiento en las nacientes universidades, que ya no vivían, como los monasterios, fundamentalmente de las rentas agrarias.Con la aparición del primer capitalismo en el siglo XII aparece también la preocupación por los precios y por el precio justo de las cosas. En el siglo XIII el problema se planteaba  aún a escala de las comunidades locales, pero, como recordaba A. Guerreau, seguía siendo indisociable de la ‘caritas’.
Durante las revoluciones liberales europeas se ejerció una dura crítica contra la iglesia y el bloqueo que para el desarrollo económico supuso que detentara una enorme porción de los recursos disponibles en bienes inmuebles. El profesor Watelet destacaba que este hecho formaba parte de un sistema complejo y bastante homogéneo que, como los demás, no podemos valorar según parámetros anacrónicos. Del mismo modo que los bienes de la Iglesia no eran negociables, tampoco lo era una gran parte de la producción agraria, que servía al autoconsumo. El nacimiento de un pensamiento económico independiente se pospuso hasta el siglo XVI con la llegada de las remesas de oro americano, e incluso no alcanza rango académico hasta el XVIII con la obra de A. Smith, pero hasta los avances de la Ilustración se llega por una larga evolución intelectual desde la edad media..., desde ese primer capitalismo inicial.

Junto con el exceso de 'presentismo', otro error aparece en el intento de aplicar esquemas antropológicos sacados del estudio de las sociedades llamadas tradicionales (equiparar, por ejemplo, la circulación de bienes a través del ‘don’ con el ‘feudo’) ignorando, de paso, que no todas las sociedades 'tradicionales' son iguales, errores tan graves como los abusivos intentos de trasladar los esquemas del capitalismo moderno al pasado.Y la ponencia acababa denunciado un error 'inverso' en el planteamiento de algunos investigadores; es el caso de la trasposición que los europeos han hecho de sus propios conceptos medievales a otras culturas, como pretender aplicar, tal cual, la idea feudal de linaje a las sociedades africanas.

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