Lo único que aprendemos de la historia es que no aprendemos de la historia (Hegel)

domingo, 23 de octubre de 2011

Una mirada inquieta sobre el agua en la Castilla del siglo XV

Los usos del agua dulce y limpia se han convertido en una preocupación esencial -aunque buena parte de la población lo ignore- en el mundo del siglo XXI. Desde el dominio israelí sobre el valle del Jordán, hasta los debates sobre el abastecimiento de las grandes urbes del continente americano, la captura, uso, tratamiento y conservación del agua ha pasado a primer plano de la geoestrategia para los poderes públicos y privados.

Nada de esto constituye una novedad. Resulta bien conocido que, desde la aparición de las civilizaciones urbanas y estatales, dicha preocupación ha existido. Y también se hallaba presente en la edad media. Éste es el tema de un interesante artículo de Mª Isabel del Val, catedrática de la universidad de Valladolid, titulado Naturaleza y sociedad. La actitud urbana ante los recursos hídricos en la Castilla del siglo XV, publicado en el volumen colectivo Natura i desenvolupament. El medi ambient a l'Edat Mitjana (Lleida: Pagès ed., 2007), donde la autora plantea una pregunta crucial que ya tratamos en una entrada anterior: ¿se está buscando proteger realmente a la naturaleza, en cuanto que de ella depende la sociedad, o a las personas que se sirven de ella para vivir y desempeñar su trabajo?. ¿Se parte de la necesidad de preservar el entorno de nuestra existencia para garantizar la sostenibilidad y la calidad de vida o se regula simplemente la apropiación y el control?

Para responder a esta pregunta, las fuentes son más abundantes de lo que parece en primera instancia, pero costosas de rastrear, de ahí el mérito de la investigadora. Tanto la monarquía como, sobre todo, las autoridades locales, han dejado un reguero de medidas legales que revelan los intereses y preocupaciones de su época. Al mismo tiempo, los documentos notariales y la documentación privada también permiten atisbar algunos de los usos que se daba a los recursos naturales.

La política proteccionista seguida por los concejos se centraba en evitar que determinadas actividades artesanales -curtidores, tintoreros, carniceros...- pudieran contaminar las aguas y perjudicar al resto de los ciudadanos. Por ello se procuraba desplazarlas hacia zonas marginales o permitir tan solo el aprovechamiento de caudales secundarios. Pero "la medida no tiene encuenta el interés y la salud de quienes viven aguas abajo". El problema no era tanto la contaminación del agua como el hecho de que afectara a la población local. De parecida manera, la protección de los cauces, impidiendo la construcción de pilares, puentes o represas que pudieran alterar su discurrir natural tiene por objeto impedir que provoquen inundaciones de tierras laterales, o que dificulten el aprovechamiento que del caudal y la fuerza del agua hacían los molinos. Se reglamenta también cuidadosamente la construcción de toda obra hidráulica que pueda perjudicar los derechos anteriores de quienes aprovechaban ríos y canales.

Los conocimientos técnicos para llevar agua a las poblaciones, mejorar los cauces o desviarlos existían, se daban por supuestos, pero sólo se empleaban ante la demanda de personas o colectividades. "El resultado inclina la balanza hacia el interés social (y en algunas ocasiones particular) puntual (...) parece ser el interés humano inmediato el que está en la base de todas las acciones empredidas con ese fin" . 
Algunas medidas aparecen más cercanas a la conservación del equilibrio natural, como la prohibición de envenenar el agua de los ríos con la intención de pescar. Se entiende que existe preocupación por la muerte indiscriminada de peces u otros animales; las autoridades obran movidas por los perjuicios que a otras personas pudiera ocasionar la captura indiscriminada de pescado con técnicas predatorias como el envenenamiento o el uso de cestas y redes. Se trata de evitar que se esquilmen los ríos para racionalizar la explotación y hacerla más sostenible, pero en función de los intereses existentes y cercanos.

La autora no entra apenas en un terreno que tan solo apunta. La apropiación del agua por los particulares, y las diferencias sociales que ello produce y reproduce. Tan solo indica que la protección de los derechos jurisdiccionales y los intereses privados están también en el origen de estas medidas. Pero sabemos, por otros estudios, que el uso del agua constituyó no solo una fuente de beneficios, sino también un elemento de prestigio y un instrumento de diferenciación social. En la Barcelona de los siglos XIV y XV, por ejemplo, la preocupación por garantizar el abastecimiento colectivo del agua mediante fuentes públicas fue siendo sustituida por la multiplicación de fuentes privadas que distraían caudales destinados inicialmente al uso público, y por la multiplicación de jardines y depósitos que permitían a la élite ciudadana, poderosamente representada en el ayuntamiento, manifestar su posición y practicar un estilo de vida radicalmente diferente al de las masas, tal como hoy día ocurre en numerosas ciudades donde el agua todavía constituye un bien escaso.

Mª Isabel del Val concluye que , según sus fuentes, "parece que la sociedad urbana medieval piensa más en sus propios problemas que en los de la naturaleza (...) no es [el agua] la que interesa por sí misma, sino aquello que los hombres necesitan (o temen) de ella (...) No parece existir por lo tanto una conciencia respecto a la necesidad de preservar ese elemento de la naturaleza (...) todo lo más se busca evitar que éste pueda 'volverse' contra el hombre como consecuencia de un mal uso (...) La escasez la perciben como dificultad de acceso".

De esta manera, la posibilidad de pensar en un uso respetuoso y sostenible del agua se esfuma, para ser sustituida por un empleo eficaz, en relación con los intereses creados, que no es exactamente lo mismo. Se puede argumentar que quizá la edad media no era el momento histórico adecuado para desarrollar una conciencia de la limitación de los recursos disponibles, o de la necesidad de preservar el equilibrio ecológico. Tal vez sea cierto, pero, en un contexto social y tecnológico muy diferente ¿acaso ahora hemos adquirido y desarrollado esta conciencia?¿Se diferencia mucho la actual comprensión del problema de la suya? No será que nuestras actitudes ante la naturaleza no dependen tanto de la época como del sustrato ideológico con el que vamos constuyendo nuestro devenir colectivo? ¿No seguimos siendo herederos de las sociedades urbanas -y estatales- de todos los tiempos? Dejaremos para el debate la respuesta.

(*)Nota: la ilustración no corresponde a Castilla, lo se, sino al magnífico puente medieval de Besalú. Pero he sido incapaz de encontrar una ilustración que relacione Castilla, el medievo y el agua en un solo encuadre. Me disculpo por anticipado.

2 comentarios:

  1. Pues está bien el resumen. Asombran ciertas investigaciones que se llevan a cabo. De todas formas creo que hubo sociedades medievales que demostraron más conciencia ecológica que en la actualidad (al menos en algunos casos) por lo que se dice de la restricción del agua a tintoreros y otros oficios que podrían contaminarla. El uso del agua como valor para someter al humilde -aunque supuesto- es interesante tenerlo en cuenta.

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  2. La idea del artículo es que esa conciencia ecológica era más funcional que preservacionista. Enlaza con el artículo que ya reseñamos sobre 'Hombre y naturaleza en la Alta Edad Media'. Gracias por tus comentarios.

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