Lo único que aprendemos de la historia es que no aprendemos de la historia (Hegel)

sábado, 31 de marzo de 2012

Los orígenes de la violencia política en América.

Uno de los elementos que se han utilizado para -pretendidamente- distinguir los estados capaces de alcanzar un grado elevado de desarrollo político de aquellos que no lo han conseguido, es el empleo de la violencia en el marco del combate político y, particularmente, la máxima expresión de esta violencia, que son las guerras civiles. En la mayor parte de los casos, puede ser así, si entendemos la configuración del estado como un proceso de institucionalización y pacificación de las relaciones sociales, aunque esto no siempre sea exacto. La construcción del estado también ha sido la plasmación de unas relaciones establecidas, con sus componentes de poder, desigualdad económica e injusticia social, pero -como ya nos señalaba el profesor Keeley en otro comentario- ninguna cultura puede sobrevivir en un contexto de guerra permamente.

En cuestión de guerras civiles, los estados de habla hispana, a uno y otro lado del Atlántico, poseen una larga experiencia. Y se ha repetido a menudo que sería una muestra de la incapacidad de sus élites e incluso un rasgo del 'alma' latina, atraída por el combate, la muerte y todo su cortejo.Ahora que parecen llamados a sofocarse los últimos coletazos de los conflictos armados abiertos durante el siglo XX en América, y que, en cambio, se atisban otras perspectivas en los enfrentamientos políticos y sociales, he vuelto a leer una reflexión que hacía Eduardo Posada Carbó, profesor de la universidad de Oxford, en un artículo titulado “Las guerras civiles del siglo XIX en la América Hispánica: orígenes, naturaleza y desarrollo” dentro del volumen colectivo La guerra en la historia (Salamanca: Ediciones Universidad de Salamanca, 1999, pp. 191-207) donde aportaba algunas claves explicativas que vienen a coincidir con lo que sabemos de los conflictos civiles habidos en la Península Ibèrica durante los dos últimos siglos y se apartan de tópicos repetidos durante mucho tiempo.

¿Por qué una disputa política se transformaba en un conflicto armado de largo alcance y era capaz de movilizar masas de población? Pues en buena medida, porque esas masas perciben que, de una u otra manera, sus intereses están realmente en juego. El autor rechaza que, como se ha venido diciendo, las contiendas civiles decimonónicas de la América hispana fueran 'meros conflictos oligárquicos de escaso impacto social'; afirma que esta idea 'no encuentra respaldo en una somera revisión de los documentos contemporáneos (...) Desde cualquier ángulo, los ejércitos en diputa representaban por lo general a los diversos sectores sociales." 

Esto no quiere decir que resulte sencillo identificarlos, o que su formulación encaje en las categorías sociales y las ideologías dominantes durante el siglo XX. Al igual que ocurrió en España durante las guerras carlistas, muchas veces la defensa o la cotención del catolicismo y la iglesia católica, resultó un elemento movilizador esencial. En el Chile de mediados del siglo XIX, en la Colombia de finales o en el México de inicios del XX, estas situaciones alcanzaron su paroxismo. Y esto fue así porque, como ya señaló Alberto Edwards, el conflicto religioso era 'una idea política capaz de ser comprendida por la opinión vulgar'. En contra de las apariencias, las disputas en torno al papel del clero católico y de la religión en la vida del estado, no serían un mero añadido populista ni un subterfugio para cuestiones más importantes, sino la traducción comprensible de unas ideologías que muchas veces no estaban al alcance de la mayoría. En palabras de Edwards,"el hecho de no comulgar con el catolicismo militante comenzó a imprimir carácter poco a poco; y, a medida que transcurrieron los años, esa negación se transformó en una afirmación de principios, base del sentimiento <<liberal>> del porvenir." Otro tanto podría decirse de la conformación del pensamiento conservador, que siempre utilizó -y utiliza todavía- la religión como bandera de enganche. Estas disputas no sólo no retrotrajeron la política al pasado, sino que fueron un elemento necesario para la 'democratización' de la lucha política y la atracción de nuevos sectores sociales a los debates por la gobernación del estado.

Lo que también es constatable es que, en las condiciones de precariedad institucional, y marginación política de la mayoría en el siglo XIX, unas pocas personas podían movilizar y encauzar una revolución. Los 'Gritos' y los 'Pronunciamientos' serán una constante de los países hispanos, proclamados a menudo por unas pocas decenas de militantes del movimiento en cuestión. Pero para que cuaje en una explosión de violencia social de largo aliento, deben darse otras condiciones, como él mismo ha estudiado para el caso de Colombia: "la debilidad del sistema político, los intereses que se jugaban en las elecciones, la crisis fiscal, las pasiones partidistas, las contradicciones regionales, y la política local, para citar algunos."

La guerra no ha sido sólo un reflejo de la situación preexistente, sino también motor de transformación social. Podía existir, gracias a ellas, un grado de descomposición del orden anterior, y de movilidad social. Otra cosa es que esa movilidad social favoreciera a los elementos mejores o más humildes. Creo que el autor, en este sentido, obvia la valoración negativa que también puede jugar en la contemplación de la movilidad social. Los elementos más disruptivos y terroristas pueden encontrar un camino abierto a sus ambiciones a través de la violencia. De ello tenemos muchos ejemplos pasados y actuales, del mismo modo que la reconstrucción de un orden distinto no excluye que la contienda haya dejado una sociedad dividida y debilitada durante mucho tiempo.

Esta idea de la ruptura del orden establecido también podemos constatarla en las situaciones de bandidaje (rural o urbano) que seguían y siguen a los conflictos armados, un fenómeno bien conocido en la Península Ibérica, donde reaparecía tras todas las contiendas civiles. No dejaban de ser un reflejo de la pérdida de control social, aunque constituye un tema interesante de estudio -también podemos aportar esto a la reflexión del autor- el seguimiento de la forma en que el bandolerismo persiste o es exterminado, consecuencia de los nuevos equilibrios -solidos o precarios- establecidos en el estado de cosas surgido tras la guerra.

Por eso, algunos pensadores liberales del siglo XIX americano criticaron que se vieran las revoluciones y guerras civiles como expresión del infantilismo de la política americana, y pretendieron que estas guerras serían señales de progreso, como una forma de deshacerse de lo ya caduco para alumbrar lo nuevo. Desgraciadamente, su optimismo pocas veces se ha visto justificado, y la violencia política ha servido, como cabía esperar, para sembrar la destrucción más que para provocar avances consolidados. De todas maneras, la propusta de Eduardo Posada en estas breves páginas ilumina enfoques que evitan la consideración 'folklórica' de unas luchas que hoy se nos antojan ya lejanas, e introduce la posibilidad de que también las ideologías del siglo XX jugaran un papel similar por lo que hace a dar voz a malestares muy difusos que necesitaban simplemente cauces de expresión en las formas descarnadas de lucha por el poder. Luchas reales, humanas y sangrientas, que no podemos reducir simplemente al seguimiento de una -u otra- teoría revolucionaria.

2 comentarios:

  1. Por lo que yo he leído sobre éste asunto, claro que se debe descartar toda interpretación sobre una supesta "alma latina" propensa a la violencia por oposición a la anglosajona, más dada al consenso. Esto no se sostiene. Pero la responsabilidad de las elites (economicas y militares) en el mundo latinoamericano, tanto durante el siglo XIX como en el XX, creo que son evidentes. Sí parece cierto -como dice el autor- que diversos grupos sociales, incluso humildes, participaron en los conflictos de los dos últimos siglos, pero creo que quienes tenían claros sus objetivos eran los poderes económicos y militares; el resto se sumaba a uno u otro bando a la fuerza, por salir de la miseria en la que se encontraba, por creer que la situación posterior sería mejor que la anterior, incluso por un sentimiento romántico que sería solo posible apreciar en algunos casos... En fin, veo complejo el tema.

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    1. Estoy totalmente de acuerdo contigo, Luis. El autor del artículo tan solo trataba de valorar las implicaciones políticas de estas guerras, la forma -a veces contradictoria- en que se produce la incorporación de las capas populares a los conflictos suscitados por esas mismas élites y que, de entrada, les resultan bastante lejanos. De ahí la importancia de argumentos relativamente secundarios, como el religioso. Yo tan solo aportaba, por mi lado, algunas consideraciones sobre el coste y consecuencias de los conflictos.
      Un cordial saludo.

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