Lo único que aprendemos de la historia es que no aprendemos de la historia (Hegel)

sábado, 17 de marzo de 2012

Una recomendable historia de la Mafia

No resulta sencillo hallar buenas publicaciones sobre la historia de la Mafia. El sensacionalismo, la superficialidad, la información poco contrastada y la nube de tópicos que envuelve este fenómeno criminal hacen que a menudo debamos conformanos con aproximaciones o mixtificaciones que pasan por historia.

Por eso he quedado gratamente sorprendido con la lectura del libro de John Dickie, Cosa Nostra. Historia de la Mafia siciliana (Barcelona: Random House-Mondadori, 2007; edic. orig., 2004), periodista y profesor de Estudios Italianos en el University College de Londres, que se puede encontrar en diversas reediciones de formato económico. Mediante un análisis escrupuloso, apegado a la actuación práctica de la Mafia y no tanto a lo que se dice sobre ella, el autor nos desvela lo que ha sido, durante los últimos doscientos años y hasta la más reciente actualidad, la trayectoria de la organización delictiva más famosa del mundo.

La línea argumental de su trabajo se centra en descartar que la Mafia deba entenderse como un producto de la sociología siciliana y de unos peculiares conceptos del honor, temas tan queridos por la historiografía romántica o costumbrista y por la visión que del sur de Italia proyectaron los intelectuales del norte tras la unificación y el Risorgimento. John Dickie hace una exposición clara, lejos de la erudición estéril, sobre la manera en que fue configurándose esta imagen y el uso que se hizo de ella para explicar las formas de criminalidad que estaban surgiendo en torno a Palermo.

Por el contrario, considera que la Mafia ha sido, y es, ante todo, una organización parasitaria de la sociedad isleña, que siempre ha basado su efectividad en la fuerza 'militar' -el ejercicio estructurado de la violencia- que podía desplegar en cada momento. La omertà y la complicidad con las redes mafiosas no sería el resultado de unas tradiciones ancladas en el alma y las redes sociales de los sicilianos, sino el resultado del temor puro a quienes han sabido imponerse mediante el asesinato, el secuestro y la amenaza.

Porque una cosa se deduce de la exposición de John Dickie: que la Mafia no es el resultado de la pobreza de Sicilia, sino precisamente de su riqueza o, como mínimo, de las actividades más prósperas de su economía. La Mafia, al margen de los referentes más antiguos que podamos encontrar, se estructura y fortalece en torno al muy rentable cultivo de limones en los alrededores de Palermo, un producto que había conocido un gran éxito en los cada vez más accesibles mercados del norte de la península. Interponiéndose, a través de los administradores de tierras, entre los campesinos y los propietarios latifundistas, los delincuentes mafiosos supieron hacerse con buena parte de los crecientes rendimientos. Los grandes terratenientes intentaron al principio aprovecharse de esta nueva fuerza para mantener su posición dirigente pero, a medio y largo plazo, también serán coaccionados por ella.

En cualquier caso, la fuerza del estado resultaba siempre superior a la de las coscas mafiosas. Tan sólo la complicidad y la dejadez explican que éstas terminaran por adueñarse de gran parte de la isla. Tal situación dependía de numerosos factores, que también se iban renovando con el tiempo, aunque siempre con el mismo resultado: clientelismo, temor, aislamiento de los funcionarios forasteros, escaso interés del gobierno romano, colaboración de la Mafia con los poderosos locales, a quienes prestaba servicios de policia privada y manipulación electoral, etc. Es el panorama descrito con gracejo por Andrea Camilleri en su novelita tragicómica El movimiento del caballo, como podríamos citar obras de otros autores sicilianos. La herramienta fundamental para evitar cualquier ataque a la Mafia consistió siempre en que políticos, jueces, obispos o periodistas a sueldo negaran su existencia. Algo similar a lo ocurrido en Estados Unidos durante el largo mandato de Edgar Hoover en el FBI.

También cabe deducir de esta lectura que la posición de capo mafioso no dejaba de constituir un oficio de alto riesgo. Pese a su amplio margen de impunidad, tan sólo algunos nombres míticos se las arreglaron para disfrutar de su fortuna y morir en la cama; la mayoría fueron prematuramente eliminados por sus competidores dentro de la Cosa Nostra. Estos personajes permanecieron casi siempre apegados a una forma de hacer tradicional y austera, podríamos decir que pueblerina, donde importaban más el poder y el respeto inspirado por el miedo (ese falso concepto del honor que pregonaban) que el simple lujo o la ostentación de sus triunfos. Los grandes capos seguían viviendo en sus residencias rurales y a veces administraban su 'imperio' desde las mesas de los cafés locales.

John Dickie se ocupa de la expansión de los clanes sicilianos al otro lado del Atlántico, y trata su actuación dentro de la Mafia estadounidense con brevedad, pero aportando claves esenciales para entender los ligámenes que se mantuvieron pese al tiempo y la distancia. Llama la atención que los 'primitivos' y 'rurales' clanes sicilianos nunca manifestaran ningún complejo de inferioridad respecto a sus homólogos norteamericanos. Por el contrario, era habitual que los capos de Estados Unidos aceptaran las recomendaciones de los sicilianos, y que quienes deseaban hacer carrera en la organización estuvieran deseosos de mostrar su respeto a los viejos patriarcas. La fuerza de éstos se comprobaría incluso en los años setenta, cuando la policía consiguió finalmente destruir el canal básico de abastecimiento de heroína radicado en Marsella -la French Connection- y los clanes sicilianos asumiron directamente la labor de sustituirlo. No solo lo hicieron con eficacia sino que terminaron desplazando a las grandes familias de Estados Unidos en el control de esta actividad.

Uno de los papeles esenciales de la Mafia en la sociedad siciliana fue impedir el crecimiento del asociacionismo sindical y político. Sus métodos favoritos para ello eran la infiltración, la conspiración y el halago o la amenaza; si esto no funcionaba, se pasaba directamente a las palizas, el secuestro y el asesinato. De esta manera se destruyeron los intentos de los mineros por obtener unas condiciones de vida mínimamente dignas o las de los campesinos para exigir el acceso a la tierra. El triunfo de la Mafia en este sentido nunca fue completo, y algunas localidades y organizaciones consiguieron mantenerla a raya, pero su situación siempre resultó testimonial.

El fascismo mussoliniano constituyó un desagradable paréntesis para los mafiosos. Dickie da por buena la conocida anécdota según la cual el dictador montó en cólera durante su primera visita a la isla cuando el alcalde de Piana dei Greci, cerca de Palermo, el conocido mafioso don Francesco Cuccia, "le susurró al oído en tono zalamero: <<está usted conmigo, está bajo mi protección ¿Para qué necesita a todos esos polis?>>" inicio de la guerra declarada del gobierno fascista contra la Mafia. Cierto o no, en realidad, la cuestión política era de más calado. Como los viejos políticos de la derecha italiana, desplazados por el fascismo, habían hecho gala públicamente de sus relaciones con la Mafia, oponerse a ésta podía reportar a Mussolini unos réditos políticos tan grandes como la desarticulación de los revolucionarios izquierdistas en el norte de Italia. Además, la dictadura no necesitaba las redes clientelares mafiosas para mantenerse en el poder, y deshacerse de ellas podía, en cambio, resultar muy rentable para monopolizar los beneficios del mando en Sicilia. Esta ofensiva hizo daño a la Mafia, con centenares de sus dirigentes y 'soldados' encarcelados con o sin juicio, pero la situación resultaba más ambigua de lo que simulaban las apariencias. Los fascistas buscaron para esta cruzada el apoyo de los terratenientes, a quienes convencieron de que podían librarse de sus arrogantes subordinados, y también se apoyaron en algunas de las familias mafiosas importantes para desplazar a las otras. Así, conocidos hombres de honor como Genco Russo, padecieron la persecución en mucha menor medida que sus colegas.

Lo que no acepta este historiador es el tópico de que, durante la Segunda Guerra Mundial, los Aliados pactaran directamente con el capo Lucky Luciano la colaboración de la Mafia con sus fuerzas durante la invasión de Sicilia. No descarta que dicha cooperación existiese, pero sí el papel central de Luciano, ya que éste era un mafioso de origen napolitano, y las grandes coscas de la isla nunca hubieran aceptado una intromisión semejante. Otros historiadores discrepan y el asunto dista mucho de haberse dilucidado. Puede que se tratara de una negociación más compleja, con Luciano en un más o menos significativo papel de intermediario.

Lo cierto es que la Mafia pudo recomponer sus redes y recuperar su poder tras la 'Liberación'. Los Aliados deseaban a un tiempo deshacerse de las viejas autoridades fascistas e impedir el acceso de la izquierda a posiciones de gobierno en los municipios. Por ello recurrieron a quienes podían ostentar una posición de mando sin prejuicios ideológicos; los mafiosos eran candidatos naturales para ello. Pese a los conocidos coqueteos de la Mafia con el separatismo siciliano, terminó siendo la apuesta por la colaboración con la Democracia Cristiana y la cúpula de la iglesia católica -para evitar el triunfo de la izquierda comunista en el sur de Italia- lo que terminaría siendo su apuesta definitiva y más rentable. Durante los siguientes cuarenta años garantizó el éxito de los conservadores en todas las elecciones y la cuasi impunidad para la Onorable Società.

Junto a ello, también aparecen recogidos los nombres de los héroes -no anónimos, pero si aislados y pronto olvidados- que alzaron sus voces contra la opresiva dictadura mafiosa y que generalmente pagaron con sus vidas por ello. Jóvenes hijos de mafiosos, como Peppino Impastato, o sacerdotes como el padre Puglisi, prácticamente abandonados por el poder, mantuvieron su combate con la plena convicción de que no verían su final, esperando, contra toda esperanza, que su testimonio despertara la conciencia de Italia entera y promoviera finalmente la acción del estado.

La fuerza de la Mafia había residido siempre en los lazos que unían a sus coscas (entre ellos, la existencia de La Comisión, tantas veces negada) y el compromiso entre los mafiosos, pero también en su misma estructura descentralizada, con un amplio margen de autonomía en sus diversas unidades. Por eso, la opción de someter todo el aparato mafioso a un mando único casi siempre se había rebelado desastrosa. Y lo fue finalmente cuando el violento clan de los corleoneses, encabezado sucesivamente por Luciano Leggio, Totó Riina y Bernardo Provenzano trató de eliminar físicamente a todos sus competidores y monopolizar las tramas del crimen organizado. La aparente fuerza de su triunfo inicial terminó por convertirse en la principal de sus debilidades. Atemorizados o marginados, bastantes mafiosos prefirieron colaborar con la policía, justo en el momento en que un valiente fiscal (Paolo Borsellino) y un brillante juez (Giovanni Falcone) conseguían finalmente desatar una ofensiva para llevar a prisión un buen número de capos. Dickie también denuncia la incomprensión y las críticas que ambos sufrieron por la estrategia elegida, incluso por parte de destacadas figuras de la lucha antimafia, que seguían creyendo en el carácter sociològico del problema mafioso. Cuando la batalla pareció perdida, el pulso echado por Riina al estado italiano asesinando a Falcone, a Borsellino y a Salvo Lima, el hombre que durante muchos años había asegurado la relación entre la Mafia y la Democracia Cristiana a través del prócer Giulio Andreotti, sellaron finalmente su caída. Por una vez, al gobierno de Italia, derrotar a la Mafia le resultaba más rentable que cooperar con ella. La Iglesia católica, de manera inopinada, se desmarcaba también de la misma mediante un discurso virulento del Papa pronunciado en la propia Sicilia.

Con todo, la situación no dejaba de ofrecer su lado oscuro, ya que la detención de Totó Riina fue acompañada del inexplicable levantamiento de la guardia policial que custodiaba su casa, lo que permitió a agentes desconocidos vaciarla de todas sus pertenencias e incluso redecorarla antes de la llegada de los investigadores. Quedaba claro que a personalidades poderosas del sistema no les interesaba que pudiera llegar a hacerse público lo que Riina había acumulado durante años como informaciones confidenciales. Los periódicos embates de los sucesivos gobiernos de Berlusconi contra la justicia, acusándola de partidismo, no han dejado de debilitar la lucha legal antimafiosa, aunque la impunidad de la Cosa Nostra no ha regresado a los niveles de antaño.

El libro no hace un balance final de la situación, pero las noticias más recientes sugieren que se ha reinsertado en las nuevas vías de colaboración con el estado, en lugar del enfrentamiento. La consecución de contratas públicas y la obtención de subvenciones para el desarrollo regional -fuente de grandes beneficios ya en los años cincuenta y sesenta- han ido sustituyendo incluso a viejas actividades, como la extorsión o el tráfico de drogas. En cualquier caso, eso ya sería otro capítulo más periodístico, por actual, que no fruto de la investigación historica.

En resumen, un libro que contiene muchas más cosas de las que podemos explicar. Una lectura cordialmente recomendada.

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