Lo único que aprendemos de la historia es que no aprendemos de la historia (Hegel)

sábado, 30 de junio de 2012

Adversus iudaeos. Cristianos y judíos en la antigüedad tardía

Al comentar un libro de Paul Veyne el pasado 28 de diciembre ya mencioné que la convivencia entre cristianos y judíos hacia el final del imperio romano parece haber sido mucho más estrecha de lo que se había venido imaginando. Contra el mito que convierte a los judíos en un pueblo elegido por Dios y descendiente de Abraham, sabemos ahora que los practicantes de esta religión son el resultado de un larguísimo proceso de conversiones -a veces masivas- realizadas en diversos momentos de la historia. No solo el cristianismo se expandía por el imperio romano al final de la antigüedad tardía. También lo hacía el judaísmo, y la relación entre los creyentes de uno y otro grupo no era simplemente polémica, sino que se influían mutuamente de diversas maneras.

Conocer las características de dicha relación constituye una tarea muy difícil, ya que apenas contamos con otros testimonios que algunos restos epigráficos y una literatura eclesiástica escrita precisamente para marcar las diferencias. Por eso resulta muy interesante la aportación de un investigador argentino, Rodrigo Leham Cohen, con su artículo Ambigüedades e identidades en las comunidades judías tardoantiguas, publicadas en la revista virtual Actas y comunicaciones del instituto de historia antigua y medieval (2011), vol. 7, consultable en http://www.filo.uba.ar/contenidos/investigacion/institutos/historiaantiguaymedieval/index.htm/actasycomunicacion/volumen7-2011/.  Más allá de los tópicos al uso, este investigador ha sabido escrutar las fuentes para percibir matices nuevos que hablan de una actitud que en los siglos tardoantiguos y altomedievales aún no era de constante y abierto rechazo del clero cristiano a las comunidades judías del  mundo mediterráneo.

El profesor Laham Cohen, docente en la universidad de Buenos Aires, ha tratado de situar las valoraciones sobre los judíos en el contexto del discurso patrístico donde aparecen. En concreto, el uso que hizo el papa Gregorio Magno en sus homilías. Frente a la interpretación clásica de que toda referencia negativa a los judíos es una diatriba que persigue la marginación de sus comunidades, postula que a menudo estas menciones derivan de las propias necesidades del discurso cristiano. Los apologistas de la nueva religión habían de situar a Cristo en su medio -y esto conllevaba necesariamente hablar de los judíos y sus 'errores' o su maldad- o debían explicar la resistencia de los hebreros a convertirse, pero a veces en el tiempo pasado más que en el presente. Por tanto, la 'actualidad' de las consideraciones que se hacen sobre los seguidores de la ley mosaica no deben verse siempre como el deseo de hostigar a los grupos que aún convivían con los cristianos en los siglos V o VI, cuya expansión había quedado irremediablemente frenada con la oficilización del cristianismo, sino con la voluntad de 'explicar' y 'explicarse' las verdades de una fe que distaba mucho de haber sido asumida plenamente por gran parte de la población. Para el autor, esto no excluye que las imágenes negativas vertidas en la predicación contribuyeran a forjar un imaginario colectivo favorable a la discriminación.

La impresión producida por una lectura atenta de las homilías se confirma en las numerosas epístolas (cartas) que de este Papa se han conservado. Aquí se habla de unos judíos contemporáneos, insertos en la misma realidad que Gregorio, y sobre los que muestra actitudes ambivalentes. Si por un lado recomienda moderación frente a las conversiones forzosas que se estaban practicando en la Galia, y pide que no se hagan referencias negativas al pueblo de Israel, o defiende la licitud del culto en las sinagogas, condenando la destrucción de las mismas, por otra parte se les sigue considerando 'enemigos' de la fe cristiana, y exige rigurosamente que se cumplan las limitaciones legales a que están sometidos. Particularmente intensas son las condenas a cualquier forma de sincretismo entre ambos cultos, lo cual denota la preocupación eclesiástica, explicable en un Papa, por no desarbolar los cimientos de una estructura fuertemente jerarquizada y basada en verdades absolutas como era la iglesia cristiana. "En la cosmovisión gregoriana [...]  el judío ocupa un lugar subordinado pero tiene su continuidad material y religiosa garantizada. Es, como señalaba Prosperi, una presencia familiar en Roma. Sus actividades económicas están parcialmente entorpecidas, pero su subsistencia no se encuentra sometida a la necesidad de conversión. Es un otro, pero tiene espacio para serlo."

Una pista complementaria de esta integración inicial de las comunidades judías en la sociedad grecorromana del Mediterráneo la encuentra el autor en la epigrafía, donde en los últimos siglos de la antigüedad y los primeros del medievo el uso del hebreo es muy reducido y la onomástica de los judíos se confunde con la de sus vecinos. Tan solo en el siglo IX encontramos ya un uso predominante del hebreo y de los nombres bíblicos, muestra de que "gradualmente, en un proceso de marchas y contramarchas, el judaísmo rabínico forjado en Palestina y en Babilonia, comenzaría a impregnar a los conglomerados judíos de la Península Itálica [...] Gregorio presenció el comienzo de la mutación, debiendo lidiar con comunidades judías variopintas y complejas."

Nos encontramos, pues, ante unas evidencias que no permiten conocer en detalle estas comunidades judías, pero que muestran una integración en el medio, sustituída progresivamente por un panorama donde "el propio judaísmo comenzará a mutar hacia un particularismo mayor, tanto por el dinamismo de las comunidades judías de Oriente como por las limitaciones que imponía el medio cristiano en Occidente". Este progresivo distanciamiento y la asunción de clichés negativos sobre lo diferente terminará llevando a Europa al ambiente de intolerancia que aparecería en torno al siglo XI -contemporáneo de la revolución feudal- y se hizo irrespirable ya en el XIV (ver entrada del 16 de febrero Represores... reprimidos ). Un proceso, como indica Rodrigo Leham al referirse a los tiempos del Papa Gregorio, aún lejano, que nos permite atisbar la importancia de una convivencia posible durante siglos.

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