Lo único que aprendemos de la historia es que no aprendemos de la historia (Hegel)

domingo, 9 de septiembre de 2012

Civilización y barbarie

    Recientemente, han levantado mucha polvareda las tesis de Niall Ferguson, conocido historiador norteamericano de ideología ultraliberal, en la que se proclama decidido y ardiente defensor del imperialismo y el colonialismo. Para él, Europa occidental ha ofrecido al mundo un modelo de desarrollo económico y cultural muy superior al que podían aportar otras civilizaciones, y el proceso histórico que permitió extenderlo ha sido fundamentalmente positivo. El resultado final sería el triunfo actual del capital financiero que, como afirma el título de una serie documental de éxito dirigida por él, es lo que actualmente “mueve el mundo”.

    Sin entrar en el tema, me hizo pensar en un libro basado en otra serie de divulgación histórica, prestado por un amigo -gracias, Toni-, que indirectamente viene a cuento de esta disputa y nos habla de un imperialismo anterior: el romano. Se trata de Roma y los bárbaros: una historia alternativa, escrito por Terry Jones (antiguo miembro del conocido grupo 'Monty Phyton’) y Alan Ereira (director y productor de documentales históricos encargados por la BBC), transcripción en letra impresa de la serie televisiva The Terry Jones’ Barbarians (Barcelona:‭ ‬Círculo de Lectores,‭ ‬2009), donde se intenta dar la vuelta a los conceptos admitidos usualmente sobre civilización y barbarie.

    No seré yo quien defienda el rigor académico de esta publicación, cuyo propósito evidente era provocar al espectador y conseguir altos índices de audiencia. Afirmaciones del libro como que los romanos contaron con el primer y único ejército profesional de la antigüedad, o que Persia pudo actuar a través de los planes del rey vándalo Giserico resultan altamente discutibles, y muchas de las hipótesis que se formulan -prácticamente como afirmaciones- no aportan más pruebas de veracidad que los dogmas anteriores sometidos a crítica.

    Pero hay algo en el planteamiento que resulta muy interesante. Frente al hábito de considerar al imperio romano como paradigma de la civilización, por el mero hecho de haber sido una construcción estatal capaz de sobrevivir durante siglos, Jones y Ereira sostienen que los barbaros, sometidos y despreciados por este imperio, eran pueblos con niveles de desarrollo económico, social, e incluso técnico y cultural similares o superiores a los del imperio triunfante. Diferentes en su planteamiento, pero dignos de valoración en sus resultados. En cambio, resaltan los numerosos elementos de barbarie que se ocultaban bajo la capa de una supuesta civilización romana.

    Roma construyó un estado imperial gracias a su poder militar, al servicio de una oligarquía que arruinó la mayor parte de su población. Sustituyó su primitivo respeto a la constitución republicana por una dictadura armada sustentada por una gran masa de trabajadores esclavos y enseñó al mundo su rostro sangriento con largos meses de festejos donde se sacrificaban para diversión pública miles de personas y animales. Frente a esta realidad, los autores no proporcionan una visión idílica de los bárbaros (celtas, germanos, griegos, hunos, dacios, persas, etc.) pero remarcan que todos ellos también poseían una civilización, muchas veces asentada en las mismas bases que la romana (el crecimiento urbano, el desarrollo técnico, la actividad comercial, una legislación compartida...) cuya desaparición conllevó un retroceso cultural para Europa de muchos siglos. Roma no sería tan solo quien proporciona elementos de civilidad, sino también quien los destruye.

    Me parece reveladora sobre todo la descripción hecha de los aspectos humanos que confieren toda su dignidad al ‘otro’ y que frecuentemente ignoramos o han sido acallados por las voces de nuestra propia cultura. La lógica política del estado vándalo, por ejemplo, ha quedado sistemáticamente oscurecida por el recuerdo negativo que nos legó el clero católico, que se sintió perseguido; lo mismo que la sofisticada cultura persa, debido a su condición de enemigo hereditario de los griegos, a quienes hemos hecho ‘padres’ de nuestra cultura olvidando que, si sus aportaciones fueron muy interesantes, ni fueron los únicos en cultivar determinadas virtudes, ni las poseían todas. La descripción de lo que en la Persia aqueménida y sasánida se consideraban ‘buenas maneras’ resulta elocuente: "Había que tener mucho cuidado para no meter la pata,‭ ‬ya que jamás había que criticar a nadie por haber sugerido un mal consejo,‭ ‬ni hacer que alguien se sintiera culpable por seguir la excelente indicación que uno mismo hubiera odido darle,‭ ‬ni sentarse en el sitio destinado a una persona más importante o discutir sobre el particular.‭ ‬Se suponía que uno debía mostrarse afable y cortés sin resultar servil.‭ ‬La conversación constituía un campo minado:‭ ‬lo correcto era escuchar cuidadosamente,‭ ‬no hablar demasiado,‭ ‬no interrumpir jamás y opinar con formalidad y elocuencia.‭ ‬El hecho de mostrar una cuerdo entusiasta en cualquier materia insinuaba que se tenía la pretensión de eser una autoridad en el asunto,‭ ‬así que nunca debía cederse a la tentación de manifestarlo.‭ ‬De hecho,‭ ‬el excesivo entusiasmo‭ (‬que puede resultar de lo más aburrido‭) ‬era un comportamiento absolutamente contraindicado.‭ ‬Estaba muy mal visto criticar a otro país o reírse de algún nombre chistoso.‭ ‬Se consideraba vergonzoso silbar,‭ ‬hacerse eco de cualquier rumor o contar cuentos chinos.‭ ‬La norma consistía en observar la mayor cortesía y encanto en todo." 

    Pero no se trataba tan sólo de los aspectos formales de una cultura, sino incluso de su esencia política o económica. Si Grecia desarrolló las ideas de ciudadanía y democracia, el imperio persa también puede aportarnos la posibilidad de convivencia entre culturas diversas dentro del mismo estado (algo de lo que andamos escasos) o la existencia de una ‘religión oficial’ que no implicaba la intolerancia y la eliminación de otras formas de pensamiento. También los celtas se habían permitido una densa red de carreteras, o un calendario superior a los que se daban en el mediterráneo, y los dacios poseían una metalurgia envidiable, aspectos que revelan conocimientos profundos en materias diversas. Y las invenciones de los griegos pudieron haber permitido desarrollos tecnológicos (como la máquina de vapor) que enlazaran directamente con la Europa de los siglos XVII y XVIII.

        Según los autores, Roma vino a cercenarlo todo. Se apoderó de aquello que le interesaba en el legado de las diferentes sociedades a las que dominaba o combatía, pero siempre al servicio de sus prioridades básicas: el mantenimiento de un estado altamente jerarquizado, que giraba en torno a la extracción de minerales y el saqueo económico de las provincias para reforzar un aparato militar y cortesano que prácticamente consumía todos los recursos fiscales del imperio. El resto fue borrado de la vida cotidiana y de la memoria. Los últimos rescoldos -aún bastante vivos- de culturas como la celta se perdieron con la difusión del cristianismo y las transformaciones en la organización social y política que se dieron al final del Imperio.

    Ciertamente, en el espíritu del libro hay una pequeña e importante trampa. Más que estimular la valoración justa y crítica de aquello que es diferente a nuestro entorno partiendo de un ejemplo histórico negativo -la vieja Roma-, demoniza ésta y niega su papel de difusora de la civilización, contraponiéndola a todas las demás, mensaje que, a buen seguro, no habrá dejado de agradar al público anglosajón y del norte de Europa, principal destinatario de la serie documental. Un aplauso fácil que seguramente hubiera costado más conseguir con una visión equilibrada de los diferentes pueblos estudiados; esto nos habría permitido ver cómo la ceguera frente a las virtudes ajenas, y la sobrevaloración de las propias, es una constante histórica de la que los romanos tampoco tenían el monopolio.Y también nos dejaria conocer aquellos aspectos positivos, que los hubo, en la concepción romana del estado, que luego se perdieron.

    En definitiva, un buen ejemplo de que, con un espíritu abierto a la reflexión, hasta un ensayo histórico de tono ligero y provocativo puede enseñarnos muchas cosas, y que del imperialismo debemos siempre valorar, no sólo en negativo sus costes humanos, o en positivo los resultados que produjo, sino todo aquello que impidió crecer. Una visión que debería considerar Nill Ferguson, instalado en una arrogante imagen de un único mundo posible.

3 comentarios:

  1. Un comentario muy interesante. Me quedo particularmente con la última frase ya que concuerda bastante con la necesidad de romper definitivamente con la historiografía teleológica. Ferguson adopta una perspectiva occidentalista del mundo, que hace que éste sólo pueda desarrollarse plenamente de acuerdo al Weltgeist occidental, cosa que creo que es un disparate, amén de obviar los crímenes asociados al "proceso civilizador" y a la superación de la "mentalidad primitiva" que sucedieron en el XIX y el XX. En cuanto al desarrollo de los bárbaros en comparación con Roma es una tesis que comenzó a plantear académicamente el británico Peter Heather en su excelente libro The Fall of the Roman Empire. ¡Felicidades por su blog!

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  2. Por fin encuentro algo que estaba deseando, pues de mis lecturas deducía que existió una barbarie mucho mayor en las civilizaciones consideradas "superiores" que en los pueblos llamados bárbaros por los autores grecolatinos. No creo, sin embargo, que en el arte, la literatura, la política, la organización social, las ciudades, etc. hubiese ningún pueblo más avanzado que los de las ciudades griegas clásicas y luego Roma. Pero una vez dicho esto, los conceptos de ciudadanía y democracia, ciertamente, nacen en la Atenas clásica, pero de una forma que hoy llamaríamos doctrinaria: se predica una cosa y se practica otra. Pocas ciudades griegas llegaron a imitar a la Atenas de Pericles, además de que no vamos a recordar aquí las limitaciones -enormes- de la democracia ateniense. Tampoco creo que deba oponerse de una forma radical el espíritu de libertad griego al carácter absolutista del imperialismo aqueménida. Hubo muchos griegos, ciudades enteras, que colaboraron con los emperadores peresas. El imperialismo ateniense fue tran atroz y cruez como el persa, e incluso el ateniense contra otras ciudades griegas. Sí, es cierto que las legiones en Galia y Germania, en Hispania y África, en Iliraia y en Grecia, en Egipto y en Mesopotamia cometieron atrocidades que -cometidas por los demás pueblos- se han ocultado por los historiadores grecolatinos. Pero la historia sabe hoy mucho más por la arqueología. Una cosa es deberle a la civilización gecolatina lo que le tenemos que deber y otra comulgar con ruedas de molino: la imposición de Roma se hizo a sangre y fuego, que luego heredó la Iglesia.

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  3. De nada, Ismael.
    En descargo de Terry Jones, hay que recordar la genial "Vida de Bryan" y su famoso sketch: "Pero, ¿qué les debemos a los romanos? Aparte del acueducto, el alcantarillado, las carreteras, la irrigación, la sanidad, la enseñanza, el vino (muy importante!!), los baños públicos..."
    Quiero decir que en este libro está claro que se carga la mano en contra de Roma, pero yo cuando lo leí tampoco lo entendí como una negación de lo aportado por ésta. Simplemente, y creo que lo dicen los propios autores, quisieron dar una visión distinta, porque de la otra ya hay harto material.

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